viernes, 15 de abril de 2016

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?

Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Mateo 27:46
Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. 1 Pedro 3:18
¿Puede haber una expresión más dolorosa para aquel que siempre depositó su confianza en Dios? Ese clamor de Jesús en el momento más solemne de la crucifixión, ya aparece en el Salmo 22, el cual describe por anticipado sus sufrimientos expiatorios y el canto de victoria que le siguió.
El rey David había declarado: Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado” (Salmo 37:25). Sin embargo, el único hombre perfectamente justo tuvo que ser abandonado… Durante las tres horas tenebrosas de la cruz, no se oyó ninguna respuesta; el abandono fue total, absoluto. Y al final, el silencio fue roto por el trágico y misterioso: “Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
¿Por qué motivo el Hijo de Dios, el hombre perfecto, tuvo que padecer? (Isaías 53:10). Sufrió porque tomó nuestro lugar en el juicio de Dios, por nuestros pecados. Por amor llevó los pecados de todos los creyentes, e incluso se hizo pecado por nosotros. En la cruz, Jesús encontró a Dios como un juez que no puede renunciar en nada a su santidad, y que ejerció sobre Él el castigo contra el pecado. Lo abandonó, se alejó momentánea pero infinitamente de Él.

Jesús nunca había cesado de disfrutar comunión con su Padre; ésta estaba interrumpida porque Él se identificó con el pecado mismo. El Dios justo desvió sus ojos de Él; pero, al mismo tiempo, el Dios de amor dio a su propio Hijo para la salvación de los hombres.

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