Cuando leemos sobre el hijo pródigo, Lucas 15; 11-32, nuestra atención tiende a centrarse en el amor de Dios, reflejado por el padre en la parábola. Nos deleitamos en saber que el Señor nos responde de la misma manera a pesar de alejarnos de Él. Pero pensemos en nuestra responsabilidad de amar a otros. Aunque sea muy difícil la situación, Dios les ha dado a los cristianos la capacidad de amar como Él lo hace.
Libere. A pesar de que tenía todo el derecho de rechazar la necia petición de su hijo, este padre comprendió que el joven ya había abandonado su hogar en su interior. Puede haber momentos en nuestra vida, en los que lo mejor que podemos hacer es también lo que nos es más difícil: dar un paso atrás y dejar que un ser querido siga su propio camino. Si usted se resiste y trata de controlar la situación, en realidad puede estar interfiriendo en el plan de Dios.
Espere. Una vez que la hayamos liberado, tenemos entonces que esperar con paciencia que el Señor haga su obra en la vida de esa persona. ¿Notó usted que el padre no fue a buscar a su hijo? Aunque sabía que esa necia decisión le causaría problemas y dolor a su hijo, eligió confiar en Dios en vez de tratar de arreglar la situación y proteger a su hijo de las consecuencias de su imprudente decisión.
La única solución para poder actuar así, es teniendo confianza en los buenos planes del Señor para la persona que a usted le preocupa. Dios ama a esa persona más de lo que usted pueda imaginarse, y sabe cuál es la mejor manera de llegar a un corazón reacio. Su tarea es velar y orar hasta que Dios haga entrar en razón al pródigo.
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