“El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies - le contestó Jesús -; pues ya todo su cuerpo está limpio. Y ustedes ya están limpios, aunque no todos.” Juan 13.10
Cuando estaba en la Universidad pasé un tiempo trabajando de voluntario en una iglesia en Hawai. Un día habíamos estado caminando en una zona en la que el suelo era barro rojizo oscuro.
No presté atención a lo sucios que se pusieron mis pies. De forma que cuando llegué a la casa de un amigo no dudé en quitarme las sandalias antes de entrar. Pero después de diez pasos me di cuenta que estaba dejando huellas rojas detrás de mí.
¡Vaya! No me había dado cuenta de lo verdaderamente sucio que estaba, pero en ese momento era visible ante todos la suciedad que tenía. Fui, me lavé y regresé a la casa.
La interacción que se dio en este versículo fue algo interesante. Jesús estaba lavando los pies de sus discípulos y a Pedro le estaba incomodando. Primero, no quería que Jesús lavara sus pies y dijo, “¡no solo los pies sino también las manos y la cabeza! Luego Jesús respondió con la declaración mencionada.
Si ya te has bañado, solo necesitas lavar tus pies. En esa época, cuando las sandalias eran el calzado, tus pies contaban en donde habías estado y lo que habías estado haciendo. Esa era la “historia” de tus pies que era lavada antes de entrar a una casa. Esa era la “historia” que Jesús estaba lavando simbólicamente del corazón de los discípulos.
Si ya te has bañado, solo necesitas lavar tus pies. En esa época, cuando las sandalias eran el calzado, tus pies contaban en donde habías estado y lo que habías estado haciendo. Esa era la “historia” de tus pies que era lavada antes de entrar a una casa. Esa era la “historia” que Jesús estaba lavando simbólicamente del corazón de los discípulos.
Me he sentido como Pedro, como si necesitase lavarme mucho más que solo mis pies. Hubo momentos en los que me he sentido sucio hasta el cuello por mi propia culpa. El hedor de los lugares en los que he estado han saturado mi cuerpo, y he sentido como si nunca volvería a estar limpio. Pero allí está Jesús, esperando humildemente para lavarme de mi pasado. Allí está, limpiándome con amor de la suciedad diaria que se ha acumulado en mis pies.
¿Dónde has estado y qué has estado haciendo que te ha ensuciado tanto?
Puede que estés sucio hasta los tobillos, rodillas, cintura, pecho, cuello u ojos. Y puede que te estés ahogando. No importa, Él está esperando paciente y amorosamente para lavar tus pies y limpiarte de tu pasado.
Hoy, solo toma un minuto o dos y pídele a Dios que te lave los pies. Pide que te renueve y refresque. Si no, esparcirás tu desastre el resto de tu vida. Dejarás huellas de suciedad detrás de ti, que afectarán a tu familia y amigos. Solo toma un momento hoy para limpiarte.
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