viernes, 1 de enero de 2016

Sacerdocio del cristiano

El sacerdote de Dios por los méritos del gran sumo sacerdote Cristo, tiene un gran llamado en este siglo 21 en el que estamos viviendo.
La iglesia está formada por personas transformadas por el sacrificio expiatorio de Jesús. Sabemos que Cristo pagó un gran precio que ningún ser humano podrá pagar. Pero hay algo como Iglesia que Jesús nos encomendó: la gran comisión de predicar las buenas nuevas de salvación.
En el libro de Hebreos 5:7 leemos "y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente."
Todos sabemos que Cristo se humilló hasta la muerte y muerte de cruz, pero hay algo que el libro de los hebreos recalca y son las lágrimas. Dios en su palabra nos habla de la humillación, pero una cosa es leerlo y muy diferente hacerlo obra en nuestro corazón.
El capítulo 2 versículo 17 de Joel: “…entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová…”
Joel 2:12 – “…por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento…”
Sabemos la situación que se vivía en el tiempo del profeta Joel, donde la arruga, el saltón y el revoltón habían arrasado con los campos. Somos templos del dios viviente, vemos la situación en que vive el mundo y las naciones, todas, unas más y otras menos.
El crimen está en las calles de una forma violenta, en muchos países se vive este problema, son tiempos finales, y Su palabra se cumple al pie de la letra. Pero también está el dolor de las madres, y familias que sufren el dolor de la criminalidad y la falta de valores en el hogar.
Tenemos que ejercer el sacerdocio de derramar lágrimas en el altar del corazón, orar por un aviamiento al máximo de la Iglesia de Dios sobre esta tierra. Sin ser profetas sino siervos de Jesús al servicio de los necesitados, somos llamados a servir al prójimo, pero hay algo que se nos ha olvidado en el camino y son las lágrimas. Dios requiere que nos humillemos como pueblo; muchos lo hacen, pero el Salmo 126 nos dice que los que sembraron con lágrimas con regocijo segarán, irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla y al final vendrá con regocijo trayendo las gavillas. Jesús lo hizo, con gran sudor y lágrimas pasó su Getsemaní, y nosotros como su iglesia, tenemos que pasar por las pisadas del maestro.
El precio que Él pagó nunca lo podremos pagar, pero sí podemos derramar las lágrimas por los perdidos, desamparados, los que tienen necesidad de Dios en el corazón. Conforme a servir al maestro Jesús, debemos ejercer el sacerdocio del cristiano hacia nuestro prójimo; eso es el evangelio: servir, dar, y amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Dios es bueno y para siempre su misericordia.

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