domingo, 3 de enero de 2016

Retroceder nunca, rendirse jamás

“Pon la mirada en lo que tienes delante; fija la vista en lo que está frente a ti.  Endereza las sendas por donde andas; allana todos tus caminos.  No te desvíes ni a diestra ni a siniestra; apártate de la maldad.”
(Proverbios 4:25-27 NVI)
Desde que estaba en el colegio, me incliné por mi gusto hacia la música. Me gusta cantar pero mi voz aunque agradable, tiene un enemigo muy cruel y desalmado a la hora de presentarme en tarima ante cualquier tipo de público… mi memoria.
Les oí decir una vez a mis familiares, que así también era mi papá. Que se le dificultaba memorizar las letras, y así crecí, con esa debilidad en mi interior.
He intentado en varias oportunidades vencer mis temores respecto a esto, porque independientemente de ese defecto, creo haber sido privilegiada con una excelente voz.
Hace un año y medio, participé en un concurso a nivel empresarial, y mi presentación la vio el país entero vía streaming. Mis expectativas eran muy altas, y mi corazón palpitaba en mi pecho; había ensayado suficientemente, y la pinta de todo era más que perfecta; me había caracterizado para la ocasión y había quedado divina, tanto que ni siquiera yo me reconocía, pero al final, olvidé el inicio de la canción. Hice la “tonta” y salí avergonzada de aquel lugar.
Ese fin de semana estaba coronada de vergüenza, no podía mirar a los ojos a mi familia y la culpa me perseguía todo el tiempo. Fueron tres días pensando en qué explicaciones daría a mis compañeros de trabajo acerca de aquel bochornoso incidente, y de solo pensar que debía reintegrarme nuevamente a mis labores cotidianas,... me enfermé de la ansiedad y angustia de pensar en afrontar el señalamiento de quienes trabajaban conmigo y que se sintieron defraudados.
No faltaron los comentarios mal intencionados, pero fueron más las palabras de aliento que llegaron a mis oídos ese día. Sin embargo, decidí no volver a cantar más, para evitar pasar de nuevo por la vergüenza y el qué dirán de los demás.
Pero por un instante, olvidé que mis dones y talentos no me pertenecen. Éstos fueron conferidos por Dios para glorificarlo a Él, y es Él quien decide el cómo, cuándo, dónde y por qué debo usarlos.
Hemos organizado en la Compañía, diferentes grupos de oración para compartir la palabra de Dios con los colaboradores. En uno de esos segmentos, me invitaron a participar activamente de la alabanza; quedé sorprendida y estupefacta con la propuesta, y el primer pensamiento que se me vino a la cabeza fue me voy a equivocar y no soy capaz, sin embargo, en mi corazón sé que quien me llama a servirle es DIOS mismo y que Él espera de mí, obediencia.
Llevo 2 presentaciones y en las dos me he equivocado, pero lejos de sentirme derrotada, el Señor me ha infundido fuerzas para seguir a pesar de mis fallos, y me invita a perseverar y ser constante en perfeccionar mi talento para ser utilizado para su obra.
Ya no se trata de lucirme para ser reconocida, admirada o sentirme protagonista de una novela, en la que mi egocentrismo y vanidad salen a flote. Se trata de Él, quien me ama como soy, quien confía en mí y me ha comisionado para llevar su palabra hasta el último rincón del mundo.
Hemos sido elegidos para cumplir un propósito, aunque lo más fácil es renunciar y no seguir intentándolo. Mas ver las dificultades como oportunidades de mejora, es la clave para que Dios se perfeccione con nuestra debilidad. Levántate cada mañana con la firme convicción de que vale la pena librar la batalla sin rendirse; volverte atrás o darle la espalda a tu llamado, tales cosas te paralizan e impiden tu crecimiento.

“Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús.

(Filipenses 3:13-14 NVI)

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