Las organizaciones empresariales planean nuestro futuro desde el momento en que despertamos hasta que nos retiramos a dormir, incluso mientras dormimos. Desde la marca de la pasta de dientes que compramos hasta el producto para la disfunción eréctil que usaremos.
Pienso en el elefante… el gentil gigante. Cuando el elefante llega por vez primera al circo, debe ser “quebrantado” por sus entrenadores. Encadenado por sus patas, el pobre bebé elefante es sometido a golpes y tortura rutinarios para quebrantar su espíritu. Este brutal método somete la voluntad del elefante a la de su entrenador. El proceso puede durar un mes o más.
Pienso en el elefante… el gentil gigante. Cuando el elefante llega por vez primera al circo, debe ser “quebrantado” por sus entrenadores. Encadenado por sus patas, el pobre bebé elefante es sometido a golpes y tortura rutinarios para quebrantar su espíritu. Este brutal método somete la voluntad del elefante a la de su entrenador. El proceso puede durar un mes o más.
El entrenador usará varas eléctricas, palos y cadenas para golpear y someter al elefante. Estos gentiles gigantes podrían liberarse fácilmente del cable o cadena que rodea su pata al suelo, pero no lo hacen.
Los humanos no somos muy diferentes. Somos desanimados temprano por las condiciones económicas, limitaciones, padres opuestos, presiones de grupo, maestros y otras. La sociedad en general, y los medios quebrantan nuestros espíritus.
Mas miremos a nuestro alrededor: la mayoría somos tan sumisos como aquel elefante. ¿Por qué? Por la economía; casi todo en este mundo se basa en ella. Todo lo que hacemos mayormente, es obtener empleos o crear empleos nuevos, para cosas materiales. Y con ello se crea el temor.
Los animales del circo gastan la mayor parte de sus vidas enjaulados en la parte trasera de los camiones, siendo transportados de espectáculo a espectáculo. Con poquísimo espacio, duermen, comen y defecan en el mismo espacio, confinados todos los días. Con poca estimulación mental y ejercicio físico, suelen enloquecer por aburrimiento y confinamiento. A menudo se enferman por la falta de ejercicio al estar aprisionados en una jaula metálica.
Los humanos somos similares. Encerrados en cubículos de casas; sintiendo como si también estuviésemos en jaulas metálicas. Tras las rejas, queriendo salir a los bares, o nos quedamos en casa donde nos sobrepasa el aburrimiento. Y demasiado cansados para ejercitarnos, pensamos. Aprisionados en nuestros propios cuerpos, también enfermamos.
El viernes 17 de junio de 1994 los medios transmitieron el primer programa de actualidad: la persecución de una camioneta Bronco blanca (O. J. Simpson). La gente sintonizó por millones. Los ejecutivos de la televisión actuaron rápido; y nos quedamos absortos en las secuelas,... el drama que vemos en la tarima del mundo.
Frente a nosotros observamos programas de televisión sin sentido. El opio de las masas. Programas diseñados para entontecer a las masas, en realidad una distracción para olvidar los asuntos reales. Estos programas nos hacen sentir, de alguna manera, un poco mejor. “Viéndolos pensamos: ¿verdaderamente se comportan de esa manera? ¡Miren a esos tontos…!” Pero la realidad es que lo que juzgamos exteriormente, es básicamente una proyección de lo que ocultamos por dentro, sobre nuestro yo.
Los comerciales nos inducen a consumir, y a menudo nuestro gozo viene al comprar un artículo: una cura rápida. Los publicistas intentan hacernos sentir mejor al comprar un cierto producto, o convencernos de que les agradaremos más a los demás si lo hacemos. Pero poco después de la compra, la tristeza regresa, el vacío. Intentamos llenar huecos que cosas externas, superficiales y materiales nunca podrán llenar.
O tenemos una noche haciendo lo que aquellas cervezas intentan vendernos. Aquella noche divertida fuera del pueblo. Llegamos al club hermosos y a finales de la noche muchos de nosotros estamos lejos de vernos hermosos. Escandalosos, borrachos, con todos nuestros problemas internos exhibidos ahora en la tarima pública. Totalmente al descubierto.
O tenemos una noche haciendo lo que aquellas cervezas intentan vendernos. Aquella noche divertida fuera del pueblo. Llegamos al club hermosos y a finales de la noche muchos de nosotros estamos lejos de vernos hermosos. Escandalosos, borrachos, con todos nuestros problemas internos exhibidos ahora en la tarima pública. Totalmente al descubierto.
Entonces nuestra identidad no es nuestra; es creada por los comerciales. Los publicistas nos venden una idea. Una de las ideas con que se nos alimenta fuertemente es en las telecomunicaciones. Las empresas de comunicación son, de muchas maneras, los nuevos traficantes de drogas de nuestra sociedad. Lo que ha pasado es que a través de la competencia, estas empresas son forzadas a bajar sus costes, perdiendo ingresos.
Y los mensajes de texto se convirtieron en la nueva “droga” para reemplazar esta pérdida. Nuevamente, aprovechándose de nuestra juventud. La autoestima y las habilidades de comunicación han sido impactadas negativamente por esto. Estos chicos son nuestro futuro, dicen. Algún día cuidarán de nosotros, serán nuestros futuros líderes. Nos convertiremos en esclavos de los publicistas.
Pensemos en esto: ¿cuánto tiempo invertimos con nuestra cabeza metida en nuestro teléfono inteligente, enviando tontos mensajes de texto? Alarmante, ¿verdad? ¿Valoramos tan poco nuestro tiempo personal? Los publicistas ganan; nos vencen con sus anuncios de felicidad. Nos enseñan cómo creer en la gran vida que tendremos enviando mensajes de texto día y noche. Cuánto tiempo nos ahorraremos y cuánto más podremos hacer. Hace tiempo, no mucho, conversábamos con otros por esos teléfonos. Pero ahora raramente lo hacemos. ¿Por qué? En parte porque nos asusta hablar o involucrarnos con alguien en pensamiento y conversación. Es más seguro, parece; menos personal. Una vez más, esclavos como el elefante quebrantado.
Recientemente, los publicistas hicieron un trabajo excepcional induciéndonos a comprar enormes televisores, con pantallas de 60” o 70″ pulgadas o mayores. Ahora se supone que vemos los programas en nuestros teléfonos inteligentes. Ahora estamos dispuestos a ver un evento deportivo en nuestros teléfonos inteligentes… aunque no podamos distinguir el balón de fútbol, o béisbol, o el disco de hockey.
Y hablamos de productos para la disfunción eréctil. Qué triste, ¿verdad? Triste que veamos tanto tiempo y gastemos tanto dinero pensando en la vida privada de los hombres y lo que les funciona o no. De todos los problemas y asuntos de este mundo, estamos más preocupados por nuestros genitales. ¿Qué nos está pasando?
Pues el mercadeo. El poder corporativo y los publicistas nos dan un mensaje. Entonces nos lo venden con ganancia. Crean el mercado, lo inundan y le sacan provecho. Un concepto sencillo y sin embargo, poderoso.
¿Sabes quién tenía también un mensaje para vender? Adolfo Hitler. De locos, ¿verdad? Sin embargo, él también vendió un mensaje y la gente lo compró. Se aprovechó de sus debilidades, hambre, falta de empleo y desesperanza. En 1938, la revista estadounidense Time nombró a Adolfo Hitler “El Hombre del Año”.
La próxima vez que hagamos algo, preguntémonos por qué. ¿No será ya tiempo de que recobremos nuestro propio ADN? Reclamemos nuestra propia identidad. Viviendo como en un circo, con otros diciéndonos qué creer es una tontería. Es tiempo de aprender, de pensar, es tiempo de no estar amedrentados por evidencias que parecen reales pero que son falsas. Salgamos del velo de la ilusión; vivamos la vida como debe ser vivida, como un gran artista. Seamos auténticos protagonistas de nuestra vida. En algún momento, podremos actuar sin "proteccionistas", y confiar en que nuestras propias habilidades y juicio nos serán más útiles que las grandes corporaciones.
Este pensamiento, un tanto radical en su enfoque, pone en evidencia el problema de la sociedad occidental, y cada vez más del mundo en general, un materialismo asfixiante que no solo nos roba nuestra identidad sino que también socava nuestra autoestima de manera gradual. Y es que el materialismo nos ataca y nos hace pensar que valemos solo en base a lo que tenemos; y ya no se trata de tener fortunas enormes, sino algo más asequible a la población en general: un coche de cierta marca, un teléfono inteligente de última generación o simplemente, el poder mantener una comunicación incesante, aunque sea con poca relevancia, con conocidos y amigos al mismo tiempo.
El problema es que todo aquello atenta, aunque de manera muy sutil, contra el plan de Dios para nosotros, en el que necesitamos rescatar nuestra unicidad, el diseño divino, de la estandarización (si bien en función de niveles socio-económicos) a que somos sometidos por una cultura consumista.
¿Por qué no permitir al Espíritu Santo hablarnos a través de Su palabra, en medio de la adoración corporativa, y rescatar nuestra individualidad para la gloria de Dios? Atrevámonos a buscar lo de Dios por encima de todo el bombardeo del mundo, y que el Señor haga brillar Su rostro sobre cada uno.
¿Por qué no permitir al Espíritu Santo hablarnos a través de Su palabra, en medio de la adoración corporativa, y rescatar nuestra individualidad para la gloria de Dios? Atrevámonos a buscar lo de Dios por encima de todo el bombardeo del mundo, y que el Señor haga brillar Su rostro sobre cada uno.
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