sábado, 30 de enero de 2016

Púlpito Evangélico

No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios.” 1 Corintios 10:21
El apóstol Pablo al escribir su primera carta a los corintios, les hace una expresión muy fuerte: “No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios. Esta expresión del apóstol Pablo tiene que ver con un conflicto que había en la Iglesia en Corinto. Los adoradores de dioses paganos sacrificaban animales en estos templos, y después de esos sacrificios, la carne que sobraba se vendía a las personas. Algunos miembros de la Iglesia de Corinto compraban esa carne para su consumo personal. Pablo les señala que esa carne, al haber sido de animales sacrificados a falsos dioses, no debía ser consumida por los creyentes porque estaban contaminadas espiritualmente. Los demonios que llevaban a las personas a la idolatría, se posicionaban de las mismas.
Al instituir Jesús su Cena, señaló que ella era símbolo del nuevo pacto entre Dios y el creyente. La Iglesia de Cristo es la comunidad del nuevo pacto. El nuevo pacto se simboliza de forma categórica en la Cena del Señor. Al instituir su Cena Jesús dijo; 1) al dar el pan, "tomad, comed, este es mi cuerpo"; y 2) al dar la copa, "bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto".

La Iglesia de Cristo es una comunidad especial, diferente al resto de la humanidad. Es una comunidad desligada de lo mundano por el sacrificio que hizo Cristo. Es una comunidad santa. El que se sienta a la Mesa del Señor tiene que ser consciente de que se sienta a participar de una mesa santa.

Hoy por hoy, muchas personas creen que forman parte de la Iglesia de Cristo. Jesucristo murió por todos los hombres, sí, pero solamente forman parte de su Iglesia los que creen en su corazón, que Jesús es su Señor, que Dios los levantó de los muertos y públicamente han confesado a Jesús como su Salvador. Forman parte de la iglesia los que, habiendo confesado a Jesucristo como su Salvador, “andan como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.”  (Efesios 4:1-6) Forman parte de la iglesia los que, como señala Pablo al escribir en otra parte en 1 de Corintios, han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios dejando de ser fornicarios, idólatras, adúlteros, afeminados, de echarse con varones, ladrones, avaros, borrachos, maldicientes, estafadores. Y otras cosas parecidas.

Hoy por hoy vivimos en una sociedad posmodernista. Una sociedad dominada por el relativismo, y la iglesia tiene que testificar con claridad el mensaje del evangelio. La iglesia no está para ganarse el favor del mundo. Está para vivir a la altura de los reclamos absolutos y precisos que Dios hace en su Palabra. La iglesia está para ser una comunidad santa.

El liderato de la iglesia tiene que vivir a la altura de lo que Dios reclama en su Palabra.
Somos el pueblo del nuevo pacto. Ese pacto se simboliza de forma categórica en la Cena del Señor.

La Mesa del Señor es Santa. De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen. Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados” (1 Corintios 11:27-31)

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