miércoles, 13 de enero de 2016

¿Por qué necesito yo a Jesús?

Hay personas que consideran su vida tan perfecta, que no tienen necesidad de nada distinto al hecho de seguir contando con el “exitoso bienestar” que las cosas de este mundo les genera. La salud, el dinero, el reconocimiento y los triunfos son más que un aliciente en sus vidas para creerse en control de todo lo que pasa a su alrededor; mientras más éxito tienen, más confianza en sí mismos demuestran, una peligrosa y egocéntrica trampa. Es la triste realidad de muchas personas en la actualidad; creen que porque son “prósperos” no tienen necesidad de nada más, son hedonistas, limitan su existencia al disfrute de la vida, y piensan que lo más importante es gozar de los placeres que les ofrece el mundo. Para ellos, vivir significa satisfacer sus deseos, incluso no importa lo aberrantes que puedan parecer con tal de que les genere placer.
Cuando te encuentras con una persona así y pretendes predicarle el Evangelio de Jesucristo, a fin de que comprenda cuál es su verdadera necesidad y el propósito real por el cual fue creada, no puedes dejar de sentir cierto grado de impotencia al saber que su mente está cauterizada por el amor que le tiene a lo que, para ella, representa su mayor tesoro (sus bienes, sus riquezas, sus intereses, etc.).
Es triste que vean a Jesucristo como un amuleto de la buena suerte para aquellos que supuestamente, según ellos, se encuentran en dificultades, solo por no tener la misma condición de bienestar que tienen ellos. Suelen preguntarse ¿Por qué necesito yo a Jesús? ¿Qué me puede ofrecer Él que no tenga ya?  La respuesta es simple y fácil de comprender para los que hemos sido libres de tal ceguera espiritual, pero ellos difícilmente se disponen para tratar de entenderlo.
Sin importar la condición de bienestar que pueda aparentar una persona, si ésta no tiene a Jesucristo, está muerta, no tiene vida. Y no hay peor desgracia que estar muerto en espíritu.
Dios nos creó a imagen y semejanza suya, a fin de que fuéramos una expresión de la plenitud de su amor, de su santidad y su justicia; sin embargo, a causa del pecado fuimos apartados de su divina presencia y este propósito fue truncado. Por esta causa, proveyó a su Hijo Jesucristo para morir en una cruz, para que por medio de Él nuestros pecados fueran crucificados y así, nuestra relación con Dios fuera restituida. Jesucristo nos reconcilió con Dios, por Él hemos sido perdonados y justificados. Jesucristo nos libró de la ira justa de Dios, Él nos salvó y nos dio la vida pura y sin mancha que una vez el pecado contaminó. Jesucristo murió y al tercer día resucitó para darnos perdón, salvación y vida eterna.
Son muchas las personas que siguen apartadas del Señor a causa de sus pecados, siguen muertos en el espíritu y carece de importancia la aparente “vida de bienestar” que manifiesten, pues sin Cristo no hay vida; porque Él es la vida misma que se imparte en nuestro espíritu cuando somos por Él rescatados, cuando por Él somos sellados con el Espíritu Santo. “Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Lucas 12:15 (RVR1960).
Jesucristo es la vida, sin Él nada tiene sentido; sin Él todo se vuelve incierto y pasajero. Él es la fuente del verdadero gozo y la felicidad, sin Él no tenemos vida.
Dios tenga misericordia y conceda su gracia a aquellas personas que ciegamente ponen su confianza en las cosas de este mundo. Que así como Dios hizo con nosotros haga con ellos; y nosotros, como hijos de Dios, sigamos predicando el Evangelio de Jesucristo y llevemos la Buena Noticia de la salvación, a tantos muertos que nos rodean y que están necesitados de la resurrección que solo Cristo Jesús puede ejercer en ellos.
Cada vez que predicamos la palabra de Dios hay una esperanza de salvación, pues es por fe y por gracia que somos salvos. “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. Romanos 10:17 (RVR1060).
¡Arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios, porque el reino de los cielos se ha acercado! Mateo 4;17
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que en Él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”. Juan 3:16-18 (RVR1960).

¡Movámonos a predicar!

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