sábado, 9 de enero de 2016

Luz en las tinieblas

La entrada del Mesías a la Tierra es el anticipo a aquel momento en que las tinieblas dejarán de existir por completo.
1:1 En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.
1:2 Él estaba con Dios en el principio.
1:3 Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir.
1:4 En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad.
1:5 Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla.
1:6 Vino un hombre llamado Juan. Dios lo envió
1:7 como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que por medio de él todos creyeran.
1:8 Juan no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz.
1:9 Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo.
1:10 El que era la luz ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció.
1:11 Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron.
1:12 Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios.
1:13 Éstos no nacen de la sangre, ni por deseos *naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.

1:14 Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan 1:1-14
Debemos tener en cuenta que en el período en el que se escribió este evangelio, la oscuridad constituía una verdadera limitación para la humanidad. Cuando caía el atardecer y se ponía el sol, la gran mayoría de las actividades del día cesaban. Los hombres no poseían aún los medios como para prolongar con iluminación artificial las horas hábiles del día, de manera que la noche imponía serios obstáculos para las actividades de la población.
La analogía revela cuán profunda es la incapacidad del hombre de discernir los caminos correctos que debe escoger en la vida. Incluso a los que poseen mejor vista, la noche no les permite ver nada con claridad. Todo permanece entre penumbras, escondido en un mundo de sombras y siluetas. La necesidad de la luz se intensifica pues sin ella, avanzar en el camino resultará extremadamente tortuoso y complejo.
Y la luz de Cristo es más intensa que las tinieblas, de modo que la oscuridad no puede sojuzgarla.

El Hijo de Dios, declara Juan, es la luz que tanto necesitan los hombres. Pero su luz no posee la cualidad transitoria de las luces que podían fabricar los hombres, tal como una antorcha, una vela o la de una lámpara. Éstas permanecían encendidas el tiempo que duraba el combustible, y cuando por fin se consumía, las tinieblas volvían a imponer su mano tenebrosa sobre todos. Juan afirma que, a diferencia de estos precarios utensilios, la luz de Cristo es más intensa que las tinieblas, de modo que la oscuridad no puede sojuzgarla. Esta luz, a diferencia de las otras luces, posee una vida propia, singular, que le permite conquistar, de forma definitiva, los lugares donde anteriormente las tinieblas han reinado sin restricciones.
Resulta lógico, entonces, afirmar que a mayor cercanía de las personas a Cristo, mayor luz recibiremos sobre la vida a la que hemos sido llamados. El camino para discernir con más nitidez el Reino no se encuentra en el disciplinado y minucioso estudio de las Escrituras, aunque éste puede ser uno de los caminos por los que nos acercamos a su Persona. La luz que buscamos no la alcanzamos con la mente, sino con el espíritu.
La entrada del Mesías a la Tierra es el anticipo a aquel momento en que las tinieblas dejarán de existir por completo, pues llegará el día en el que no habrá más noche, y el pueblo del Cordero "no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos (Apocalipsis 22.5). 


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