“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmos 51:10).
En estos últimos días he meditado mucho acerca del corazón. Recuerdo mucho que cuando era pequeño y me regañaban o me hacían sentir mal, experimentaba una sensación como si algo en mi interior se desgarrara, como si una herida interior se abriera atravesando todo mi pecho. Era una sensación horrible y nunca me gustaba sentirlo.
Con el tiempo entendí que son heridas que quedan en el alma, y todo ese menosprecio, rechazo, dolor, violencia, y demás, endurecen nuestro corazón. Por eso Dios nos promete algo acerca de los corazones endurecidos.
“Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne” (Ezequiel 11:19).
Un corazón de piedra es insensible, no tiene sentimientos, está muerto, es frío. Este tipo de corazones son los que maquinan el mal en todo tiempo. Son los corazones que Jesús describió a la perfección, lo que en ellos hay contenido.
Un corazón de piedra es insensible, no tiene sentimientos, está muerto, es frío. Este tipo de corazones son los que maquinan el mal en todo tiempo. Son los corazones que Jesús describió a la perfección, lo que en ellos hay contenido.
“Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mateo 15:19).
Cuando escuchamos hablar a las personas, nos damos cuenta de lo que hay en sus corazones, porque lo que sale de la boca proviene de lo que hay en el corazón del hombre (Mateo 15:18).
Estos corazones de piedra no fueron siempre así, hubo algo que los cambió. Una mala experiencia petrificó estos corazones. Alguien te lastimó, alguien te hizo un gran daño que hizo que tu corazón de carne fuese transformado en uno de piedra. Este cambio se va haciendo poco a poco; primero empieza con una pequeña raíz de amargura, que se va extendiendo por todo el corazón hasta que éste queda completamente seco y duro. La biblia nos enseña que no debemos dejar que brote ninguna raíz de amargura en nuestro ser (Hebreos 12:15).
Por eso el rey David clamó a Dios para que creara en él un nuevo corazón, un corazón limpio. Un corazón de carne que fuera sensible a la bondad, al amor, al perdón, a la compasión, pero sobre todo que fuera sensible a la presencia de nuestro Padre Celestial. Clama ahora mismo por un corazón limpio.
Cuando escuchamos hablar a las personas, nos damos cuenta de lo que hay en sus corazones, porque lo que sale de la boca proviene de lo que hay en el corazón del hombre (Mateo 15:18).
Estos corazones de piedra no fueron siempre así, hubo algo que los cambió. Una mala experiencia petrificó estos corazones. Alguien te lastimó, alguien te hizo un gran daño que hizo que tu corazón de carne fuese transformado en uno de piedra. Este cambio se va haciendo poco a poco; primero empieza con una pequeña raíz de amargura, que se va extendiendo por todo el corazón hasta que éste queda completamente seco y duro. La biblia nos enseña que no debemos dejar que brote ninguna raíz de amargura en nuestro ser (Hebreos 12:15).
Por eso el rey David clamó a Dios para que creara en él un nuevo corazón, un corazón limpio. Un corazón de carne que fuera sensible a la bondad, al amor, al perdón, a la compasión, pero sobre todo que fuera sensible a la presencia de nuestro Padre Celestial. Clama ahora mismo por un corazón limpio.
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).
De un corazón sano, de carne, sensible, hecho por Dios, siempre fluirán cosas buenas, palabras de bendición. Hablarás lo que Dios habla. Fluirá vida. Por eso es importante cuidarlo, y la única forma de proteger nuestro corazón es guardándolo en un lugar seguro, y por eso HOY DIOS TE DICE: “Dame, hijo mío, tu corazón…” (Proverbios 23:26a).
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