lunes, 19 de octubre de 2015

La Oveja Valiente Evoluciona

Érase una vez, una oveja que vivía feliz junto a sus hermanas. Ella, como las demás, vivía feliz porque su pastor era bueno y cubría sabiamente sus necesidades. Construyó, exclusivamente para ellas, un entorno seguro y libre de depredadores, ningún lobo podía llegar con nocturnidad y alevosía, y cobrarse unas cuantas victimas. El pastor aseguraba su seguridad y cuidaba que no les faltara pasto fresco, agua y un sitio al que poder llamar hogar. A cambio, solo se cobraba el favor con su lana y su leche; parecía un intercambio justo por la tranquilidad y la seguridad que les aportaba.
Todos los días salían a pastar, un gratificante trabajo con el que aportar su granito de arena a ese sistema que tanto necesitaban, para mantener alejado el peligro. Solo de pensar en quedar solas y expuestas, las invadía el pánico. El pastor contaba con la ayuda de un perro fiel y leal que cuidaba del rebaño. El perro era un gran intermediario y no solo cuidaba de que ninguna oveja se descarriara, sino que, constantemente, se ocupaba de recordar a todas las integrantes del rebaño los riesgos de quedar separadas y solas, fuera de ese maravilloso hogar que les fabricó el pastor exclusivamente a ellas.

Un día, una oveja curiosa comenzó a separarse del rebaño. A diario, Parda, que así se llamaba, intentaba alejarse un poco más del resto, y el perro, cada vez que esto pasaba, se volvía más y más fiero con ella e intentaba por todos los medios, devolverla al rebaño, consiguiéndolo cada día con un mayor esfuerzo. Esta oveja negruzca y fea, era observada pacientemente por el pastor, que veía como un día tras otro, esta oveja rebelde trataba de escapar. No era una oveja excesivamente especial para él, su lana no era blanca e inmaculada como las otras, era más bien color cenicienta, tirando a negruzca, poco aprovechable, y su leche no destacaba especialmente del resto; era una oveja mas, casi prescindible, y se planteó que quizá mantenerla en el rebaño daría más trabajo que beneficios, y si persistía en su obsesión por escapar, no tendría más remedio que sacrificarla.

Todas las demás ovejas recelaban de esa oveja negra y descarriada, que con su actitud estaba provocando que el pastor que amigablemente les había ofrecido su hospitalidad, se volviera en su contra y peligrara la seguridad que durante tanto tiempo las abrigó. Muchas voces en el rebaño incidieron en mostrar su desacuerdo con la actitud de esa oveja, excluyéndola del grupo, dándole la espalda, para que el pastor viera en ese acto, un desacuerdo unánime con la reprobable y loca actitud de esa oveja conflictiva. Pero una oveja temerosa como las otras, pero más perspicaz, estuvo observando a esa oveja revolucionaria durante todo ese tiempo, y lejos de juzgarla, intentó comprenderla, se preguntaba qué era lo que esa oveja había llegado a razonar, para llegar a la conclusión de que abandonar la seguridad y la comodidad que aportaba el rebaño fuera la mejor opción. Qué locura se había adueñado de ella para que todo su estatus social en el rebaño se viera en entredicho, ¿por qué arriesgarse así por nada?, ¿por qué abandonar el sistema que mejor se adecua a su modo de vida? No lograba llegar a una conclusión, así que decidió investigar.

Un día, como cualquier otro, esa oveja rebelde emprendió nuevamente su escapada, aprovechó un descuido del perro y se separó del grupo, como siempre trató de aproximarse a la montaña que estaba coronada por una manada de cabras montesas. Cuando estaba a punto de lograr su objetivo, se percató de que la seguían,... era esa oveja curiosa que trataba de encontrar una explicación a semejante locura.
— ¿Qué pretendes?, le dijo la oveja fugitiva a su curiosa perseguidora. 
— Quiero saber por qué quieres escapar, le contestó.
— Porque quiero estar como una cabra, replicó enseguida, casi sin pensar.
— ¿Por qué querría alguien estar como una cabra? Todo el mundo sabe que están locas…
— Lo que tú llamas locura… ellas lo llaman libertad, contestó sin vacilar.

La oveja curiosa no comprendió la respuesta y volvió junto al rebaño, dejando atrás a su compañera fugitiva, que esta vez logró su objetivo y se unió a las cabras. El pastor no echó de menos a ese tozudo animal, de hecho casi se alegraba de haberla descarriado, dejaría por fin de preocuparse y seguramente esa misma noche sería pasto de los lobos.
Los días se sucedieron y la oveja curiosa siguió intrigada, poco a poco comenzó a germinar en ella la semilla de la duda, empezó a distanciarse del resto, comenzó a cuestionarse su papel en el rebaño, dudó del altruismo del pastor y vio en el perro a un represor. Intentó razonar con sus compañeras, hacerlas comprender que vivían una mentira. Todas la conocían bien, sin duda la escucharían, y entre todas comenzarían a cambiar ese sistema corrupto. Pero las ovejas que más la conocían, las que más la querían y apreciaban, fueron las primeras en censurarla, el rebaño se puso agresivo con ella y la amenazaron con excluirla como hicieron con Parda. El miedo se apoderó de esa oveja curiosa, no imaginaba un mundo en soledad sin el abrigo y apoyo de las otras ovejas, porque eso no parecía augurarle un buen futuro. Esa noche apenas descansó y a la mañana siguiente trató de integrarse de nuevo en el rebaño, pastó con sus compañeras y trató de realizar su vida en esa zona de confort que le ofrecía su integración en el rebaño.

Las noches sucesivas apenas pegó ojo, miles de ideas inundaban su cabeza, locuras, quizás todas ellas. Por su mente empezaron a volar multitud de teorías, como que el pastor solo las quería por su lana y su leche, que no eran consideradas más que un medio de subsistencia para él, que no las quería y no las cuidaba por lo que eran, sino por lo que aportaban. Todas esas febriles teorías fueron fraguándose y asentándose en la mente de aquella oveja. Los siguientes días la cosa no mejoró, su estado pasaba de la apatía al enfado y del enfado a la excitación, por sus ojos se paseó la libertad, y apenas había rozado esa sensación, ese sentimiento puro y auténtico, comprendió por fin, que ya no había vuelta atrás. Concluyó que la libertad no era una locura, sino un modo de vida, distinto al que conocía, lejos del rebaño dócil y complaciente, lejos de la cerca y lejos del pastor. La libertad era una nueva forma de ver el mundo, una nueva forma de ver salir el sol y de convivir con el resto de seres que poblaban la naturaleza. Por fin había comprendido aquella locura que su compañera fugitiva le dijo antes de marcharse del rebaño, por fin se fueron los estados de animo confusos, y las dudas que atenazaban su mente desaparecieron. Ahora lo veía todo claro, quería estar como una cabra.

No esperó al día siguiente, no esperó a que llegara la noche, no esperó a que el perro durmiera o que el pastor se despistara, simplemente no esperó. Corrió con todas sus ganas y saltó la cerca, saltó con tanta fuerza y tan alto que hubiera sido imposible evitar que huyera de su prisión, corrió y corrió, y no miro atrás. Se olvidó de la seguridad del rebaño, se olvidó de lo que las demás ovejas pudieran pensar, se olvidó del perro y del pastor, se olvidó de todo aquello en lo que creía y emprendió su huida a un nueva forma de ver la vida, una forma que antes era vista como el caos, como lo oscuro y lo inescrutable… Corrió, corrió y a cada zancada que daba, estaba más y más cerca de lograr su objetivo. Ya no había vuelta atrás, nadie podría impedir su libertad, porque ésta, primero infectó su mente y luego contagió su cuerpo de forma incurable.
Cuando se quiso dar cuenta se hallaba a los pies de la montaña, donde unos días atrás dejó a su loca compañera. Parda pronto bajó a recibirla y extrañada le dijo…

— Hace días que te espero, ¿Por qué has tardado tanto?, le preguntó Parda a su amiga. 
— Cuesta mucho ver la verdad cuanto la tienes a la vista…, contestó la oveja valiente. 

Ambas rieron y hablaron durante largo rato, pero Parda se calló por un instante y le dijo que aún debía hacer una última cosa, ser como una cabra. Ella no entendía bien qué quería decir,y aunque creía haber entendido el concepto, ser como una cabra significaba vivir la locura de ser libre, de romper tus propias barreras y expandir tus horizontes, pensó en voz alta.

— Todo esto es muy bonito, le inquirió Parda. Y hasta que no seas como una cabra no sabrás nada, solo creerás saberlo, y habrás huido por nada.
Parda miró hacia la cima de la montaña y le dijo que subiera allí. El miedo se adueñó de la oveja valiente, que ahora, ya no lo era tanto. Miró hacia arriba y sus patas comenzaron a cimbrear, empezó a recular poco a poco, y balbuceaba cosas incomprensibles. Parda contaba con ello y la detuvo, trató de calmarla y le dio un pequeño empujón para animarla a subir. La oveja valiente, enfrió su mente, respiró profundamente y se serenó; comenzó a subir lentamente por la ladera de la montaña y se dio cuenta de que en realidad no era tan difícil, a cada paso que daba se insuflaba ánimos a si misma y subía lentamente. Por el camino se encontró con algunas cabras que la animaban a subir, le decían que no conocería el mundo real hasta que no llegara arriba. Ella respiró y siguió subiendo, encontró un saliente que le dio algo de seguridad, pero cuanto más subía, el saliente más se estrechaba, pequeñas rocas caían golpeando la pared de la ladera en su rápido descenso.
A cada paso que daba en su intrincada y difícil escalada, ponía a prueba todas sus convicciones, cada tramo que superaba echaba abajo algunos de sus miedos, cuanto más difícil parecía el obstáculo más se daba cuenta de su capacidad para superarlo, cuanto más quebradizo el suelo, más fuerte su confianza. Parda la observaba desde abajo con mirada atenta, examinando cada uno de sus movimientos, viendo como quemaba etapas. Uno a uno, todos los miedos fueron desapareciendo y su corazón latía como nunca, con tal fuerza que era imposible oír otra cosa, ya no escuchaba a las otras cabras, ya no escuchaba el viento, no escuchaba el sonido que las rocas hacían al caer a su paso,... solo oía a su corazón y este no paraba de latir, era un sonido que le empujaba a dar el siguiente paso, a seguir la decisión correcta, a caminar sin miedo, un sonido que le recordaba a cada instante, que ahora era cuando realmente estaba viva.
Cuando quiso darse cuenta estuvo por fin arriba, y entonces recuperó el resuello y lentamente alzó la mirada, y lo que se descubrió a sus ojos, la dejo impactada. Por unos instantes contuvo la respiración y después respiró profunda y lentamente. Por mucho empeño que hubiera puesto, jamás hubiera imaginado lo que tenía ante sus ojos; desde allí arriba podía ver el mundo entero, no solo veía el valle y la granja, veía bosques, ríos, pueblos e incluso más montañas…
Se giró sobre sí misma para tener una panorámica completa, abajo podía ver como se desarrollaba la vida con una normalidad casi ritual, se sentía ajena a ella y a la vez sentía ser parte principal, el sol era distinto desde allí y las nubes pasaban indiferentes y tranquilas, prácticamente a su alcance. Desde ese momento se supo libre, sin miedos, sin ataduras, libre, formando parte de un todo, unida a la montaña y esta a su vez al mundo, sentía que todo nacía allí y moría allí. Miró al horizonte y susurró…

— Soy una cabra.

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