La salvación es la libertad que tiene alguien cuando Dios lo rescata de la esclavitud del pecado y convierte a ese alguien en parte de su familia. Esta liberación solo se logra por medio de su Hijo Jesús, quien murió en nuestro lugar para que pudiéramos ser reconciliados con el Padre (Colosenses 1.22). Esta afirmación provoca a menudo, ciertas preguntas:
¿Qué tal si trato de vivir moralmente bien, de trabajar duro y de ser bueno para con mi familia, no me aceptará Dios? Preguntas similares dan por sentado que el Señor nos salva según nuestra manera de vivir. Pero Romanos 3.10 dice: “No hay justo, ni aun uno”. Delante de Dios, incluso nuestros actos virtuosos son como trapos de inmundicia (Isaías 64.6). Dios no tendrá ningún trato con los injustos si no es por medio del Salvador, Jesucristo.
¿Acaso no nos aceptará el Señor debido a su santidad? Dios es bueno y amoroso, pero también es justo. No pasará por alto el pecado, no importa lo pequeño que creamos que sea. El orgullo nos hace rechazar la idea de que necesitamos el perdón o la limpieza del pecado.
Si servimos en nuestra iglesia o ayudamos a los pobres en nombre de Dios, ¿no somos parte de su familia? Las buenas obras no resuelven nuestro problema del pecado ni nos reconcilian con Dios. Esto solo lo hace el Señor Jesús (Romanos 5.1). Las buenas obras son un resultado importante de la salvación, no la base para ésta.
La salvación es una obra de la gracia de Dios, no el producto del esfuerzo del hombre. Cuando reaccionamos con el impulso del Espíritu Santo, creemos en Jesús, y nacemos de nuevo como hijos de Dios (Juan 3.3), podemos estar seguros de nuestro lugar en el cielo. ¿Está usted seguro?
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