lunes, 12 de octubre de 2015

¿Por qué Dios en el Antiguo Testamento es tan diferente al que es en el Nuevo Testamento?

El núcleo principal de esta pregunta reside en el malentendido de lo que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento revelan acerca de la naturaleza de Dios. Otra manera de expresar este mismo pensamiento básico, es cuando la gente dice: “El Dios del Antiguo Testamento es un Dios de ira, mientras que el Dios del Nuevo Testamento es un Dios de amor.”

El hecho de que la Biblia sea la revelación progresiva de Dios Mismo a nosotros, a través de eventos históricos y a través de Su relación con la gente a lo largo de la historia, puede contribuir a la idea errónea de la gente acerca de cómo es Dios, distinto en el Antiguo Testamento, comparado con su actuación en el Nuevo Testamento. Sin embargo, cuando uno lee ambos, el Antiguo y el Nuevo Testamento, profundizando en ellos, se hace evidente que Dios no es diferente de un Testamento a otro, en el sentido de que la ira de Dios y Su amor están revelados en ambos Testamentos.


Por ejemplo, a través del Antiguo Testamento, se declara que Dios es “misericordioso y piadoso, lento para la ira y grande en misericordia y verdad” (Éxodo 34:6Números 14:18Deuteronomio 4:31Nehemías 9:17;Salmo 86:5Salmo 86:15Joel 2:13). Aún así, en el Nuevo Testamento, el amor y la bondadosa misericordia de Dios están más fuertemente manifiestos a través del hecho de que “... de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en ÉL cree no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16). A lo largo del Antiguo Testamento, vemos también a Dios tratando con Israel de manera muy parecida a la de un amoroso padre tratando con su hijo. Cuando ellos deliberadamente pecaban contra Él y comenzaban a adorar a los ídolos, Dios los castigaba, y así una y otra vez, Él los liberaba una vez que se arrepentían de su idolatría. Esto se parece mucho a la manera como vemos a Dios tratando con los cristianos en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, Hebreos 12:6 nos dice que “...el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.”

De la misma manera, vemos a través de todo el Antiguo Testamento el juicio y la ira de Dios derramarse sobre los pecadores no arrepentidos; igualmente
 en el Nuevo Testamento, vemos el juicio de Dios en acción “…la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Romanos 1:18). Aun con solo una rápida lectura del Nuevo Testamento, observamos que Jesús habla más del infierno que del cielo. Así vemos claramente, que Dios no es más diferente en el Antiguo Testamento de lo que es en el Nuevo Testamento. Dios, por Su misma naturaleza, es inmutable (sin cambio). Y aunque veamos un aspecto de Su naturaleza revelada en ciertos pasajes de la Escritura más que en otros, Él en sí mismo, no cambia jamás.

Cuando uno realmente comienza a leer y estudiar la Biblia, aprecia claramente que Dios no tiene ninguna diferencia entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Aunque la Biblia, realmente, es un conjunto de sesenta y seis libros individuales escritos en dos o posiblemente tres continentes, en tres diferentes idiomas a través de un período de aproximadamente 1500 años, y escrita por más de 40 autores (procedentes de diferentes estatus sociales y culturales), sigue siendo un libro con un contenido de perfecta unidad y sin contradicciones de principio a fin. En él vemos cómo un Dios amoroso, misericordioso y justo, trata con el hombre pecador en toda clase de situaciones. Realmente, la Biblia es una carta de amor a la humanidad. El amor de Dios por Su creación y especialmente por el hombre, es evidente a través de toda la Escritura. Por toda la Biblia vemos el amoroso y misericordioso llamado de Dios a la gente, invitándola a una relación especial con Él, no porque ellos la merezcan sino porque Él es un Dios de misericordia, lento para la ira y grande en bondad, amor y verdad. También vemos a un Dios santo y justo, Juez de todos los que desobedecen Su palabra y se niegan a adorarlo, que en vez de eso se vuelven a adorar a dioses de su propia creación, venerando a ídolos y otros dioses en lugar de adorar al único y verdadero Dios (Romanos 1).
Por el carácter santo y justo de Dios, todo pecado pasado, presente y futuro debe ser juzgado. Aún así, Dios en Su infinito amor, ha provisto el pago por el pecado y un camino de reconciliación para que el hombre pecador pueda escapar de Su ira. Vemos esta maravillosa verdad en versos como 1 Juan 4:10 “En esto consiste el amor; no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. En el Antiguo Testamento, Dios proveyó un sistema de sacrificios con el que podía hacerse expiación por el pecado, pero este sistema fue solo temporal y simplemente apuntaba a la futura venida de Jesucristo, quien moriría en la cruz para hacer definitivamente una expiación sustitutiva y total por el pecado. El Salvador que fue prometido en el Antiguo Testamento, es ampliamente revelado en el Nuevo, y la última expresión del amor de Dios al enviar a Su Hijo Jesucristo, es revelada aquí en toda su gloria. Ambos, el Antiguo y el Nuevo Testamento, nos fueron dados para “hacernos sabios para la salvación” (2 Timoteo 3:15). Cuando los estudiamos con más detenimiento, se hace evidente que Dios no es más diferente en el Nuevo Testamento de lo que era en el Antiguo.



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