viernes, 31 de julio de 2015

Rompe el silencio

"Pocas cosas se parecen tanto a la muerte como el silencio y este lo sabe. Donde no hay lugar para las palabras aparece el sinsentido, lo inabordable. Eso que es imposible de hablar y que se pierde en una oscuridad sin nombre. Es un dolor mudo y lacerante que se levanta como la última barrera frente a la locura. Por eso su trabajo (del escritor) lo apasiona, lo seduce.… En cada historia se despliega una angustia que clama por ser callada. Y, extraña paradoja, la angustia sólo se silencia con palabras”.

Tiempo atrás, se conocieron las historias de algunas mujeres que habían sufrido durante años, maltrato y abuso sexual por parte de sus padres, desde pequeñas. Hechos, que no obstante haber ocurrido en diferentes y distantes lugares del mundo, fueron conocidos a través de los medios de prensa, y conmovieron a la opinión pública.
Las historias de esas víctimas que durante años estuvieron sometidas al abuso, que eran esclavas del dolor y del terror, pero sobre todo presas del silencio, nos sacuden, nos conmueven.
De cada una de estas historias, emergen al menos, tres denominadores comunes: el silencio, la angustia, y la maldad, que lejos de discernir entre unos y otros, hieren tanto a inocentes como a culpables. Un código de silencio envuelve tanto a víctimas como a victimarios, encerrándolos en un sentimiento de angustia y desolación, sumergiéndolos en una muerte en vida sin posibilidad de salida.

Los seres humanos, ante circunstancias adversas, tendemos a crear nuestras propias tumbas, sentimientos o creencias, y encerrarnos en ellas, sepultando con nosotros, sueños, ilusiones y proyectos de vida.
Es la puerta del dolor. Un evento trágico, traumático que, no importa su índole, produce una herida en lo profundo del alma. Una herida que a su manera, duele, sangra, no importando de qué lado de la vereda se encuentre -víctima o victimario-. Un punto de inflexión, una bisagra en la línea del tiempo que define un antes y un después.
Sin importar circunstancias ni tiempos, detrás de cada una de esas historias hay almas heridas. Almas con tobillos rotos, bloqueadas, imposibilitadas de caminar. No los tobillos de los pies, los del alma. Están literalmente estancadas. No caminan, pero no porque no quieran hacerlo. No lo hacen porque no pueden; a menos que abran la puerta de su alma, y alguien se presente y tenga a bien ayudarlos a salir, difícilmente lo van a poder hacer por sí mismas.
Alguien dijo que el silencio es la peor de las respuestas. Es algo parecido a la muerte. En pocas palabras, es vivir encerrado en tu propia tumba amasando angustia, soportando el dolor. Pero la puerta del dolor debe ser abierta nuevamente. El dolor, justo por donde entró debe salir. No hay otro camino hacia la libertad.
Amado/a: si tu alma sufre, sin importar cuál sea la causa, es hora de que pidas a Dios que abra las puertas que deben ser abiertas. Luego, busca el consejo de pastores, maestros, profesionales de tu confianza que estén preparados para escucharte.

ROMPE EL CERROJO DE LA CÁRCEL DE TU SILENCIO.

Una nueva vida te espera.


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