miércoles, 29 de julio de 2015

Del palacio al desierto

Moisés fue al desierto para ver la zarza arder y escuchar la voz de Dios. Pero… ¿tiene algún mérito el desierto? ¡Ninguno! Es el Gran y Sublime YO SOY quien se presentó ante el formidable líder para llamarlo y prepararlo para su misión.
Del palacio al desierto. Los cuarenta años de estadía en el desierto de Moisés transformaron su vida. Moisés no hubiera sido capaz de hacer lo que hizo sin ellos.
Muchos de nosotros nos hemos tenido que quemar en las arenas de un desierto. O muchos de nosotros estamos hoy sufriendo el calor de las arenas de un desierto. No es fácil ni agradable. A veces la angustia, el dolor, incluso el temor, ganan terreno a la esperanza y a la fe.
Sin embargo, nuestras vidas están expuestas ante nuestros semejantes. Me explico: hay personas a nuestro alrededor que necesitan que alguien las saque de la esclavitud de su propio Egipto. Y a menos que venga alguien transformado por el Poder de Dios y abra las aguas del mar, para que puedan escapar del poder del faraón de este mundo y ponerse a cobijo bajo las alas del Altísimo, eso no va a ocurrir. El pueblo de Israel no pudo salir por sí mismo. Esas personas tampoco. Para eso estamos nosotros. Esa es nuestra misión.
Muchas veces nos ha tocado quemarnos en las arenas de un desierto. No es necesario protagonizar grandes epopeyas como la de Moisés. Es nuestro vecino, un compañero de trabajo, el pariente… o quien menos podamos imaginar, quien está contemplando los pasos de nuestra vida y esperando ver la manifestación de algo de Dios en ella.
Con frecuencia cuesta asumir este hecho. A Moisés le costó. No es de extrañar, que quienes hemos sido llamados a ser de bendición entre nuestros semejantes y próximos, tengamos que ir al desierto para poder ver la zarza arder y escuchar la voz de Dios. Y no importa nuestra posición social, económica, cultura, conocimientos, edad, nuestro cargo en una iglesia o en la comunidad donde vivimos.
Hemos sido llamados tal como somos. Pero es necesario que seamos transformados por el poder de Dios. Si hoy te quemas en las arenas de un desierto, si hoy sufres y no lo entiendes, es por eso, porque has sido llevado a tu desierto. Moisés abandonó el palacio tras un asesinato. Un pecado. Si vamos a un desierto de la vida, aunque no hayamos matado a nadie, la causa es la necesidad de ser apartados del pecado para ser transformados para la misión.
Herman@: hemos sido llamados a ser bendición de Dios en esta tierra, a pesar de nosotros mismos. Con nuestros días brillantes y con nuestros días negros. Con virtudes y defectos. Cada uno de nosotros es un “Moisés” para alguien que necesita ser liberado de su esclavitud.

Moisés tuvo que ir al desierto para poder ver la zarza arder y escuchar la voz de Dios.

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