viernes, 4 de diciembre de 2015

¿Obligación o si quiero hacerlo?

Al leer este tema te preguntarás, ¿de qué estará hablando? Bueno, antes de nada, lee con detenimiento 1 Corintios 11:23-34. Ya sabes de qué estamos hablando.
Yo, como cristiano, predicador y maestro de la Palabra de Dios (a Él sea la gloria), tengo una gran preocupación. El verso 26 de esa porción bíblica dice: “Así, pues, todas la veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga.” Esto nos sugiere que sea el arrebatamiento de la iglesia, pues eso es lo que estamos esperando.
Ahora bien, antes de nada, quiero que recapacites en cuanto al significado de la celebración de la Cena del Señor.
La Cena del Señor es un rito de comunión que implica estar en la vida espiritual. 
Es administrada con cierta frecuencia, enseñándonos que la vida espiritual debe ser nutrida. Puede ser definida como un rito distintivo de la adoración cristiana, instituido por el Señor Jesús en la víspera de su muerte expiatoria. Consiste en la participación religiosa del pan y del vino, que habiendo sido presentados al Padre en memoria del inagotable sacrificio de Cristo, se convierten, por medio de Gracia, en fuente de inspiración para aumentar la fe y la fidelidad hacia Él.”
Las características notables de esta ordenanza son:
a. Conmemoración. Toda vez que un grupo de creyentes se congrega a celebrar la Cena del Señor, recuerdan de forma especial la muerte expiatoria de Cristo que nos liberó del pecado.
b. Indicaciones. Expresa las dos verdades cardinales del evangelio. (1) La encarnación. “El verbo se hizo carne” (Juan. 1:14);”descendió del cielo” (Juan. 6:33). (2) La expiación. El pan y el vino constituyen un cuadro de la muerte, la separación del cuerpo y la vida, la separación de la carne y la sangre. El pan de vida debe ser distribuido entre los que tienen hambre espiritual, y el vino vertido simboliza que su sangre, que es vida, debe ser derramada para limpiarnos y vivificar nuestras almas.
c. Inspiración. Los elementos, especialmente el vino, nos recuerdan que por fe podemos participar de la naturaleza de Cristo, podemos disfrutar de la comunión con Él. Al participar del pan y del vino de la comunión se nos recuerda y asegura que, por la fe, podemos recibir verdaderamente su espíritu y reflejar su carácter.
d. Seguridad. El nuevo pacto, instituido por Cristo, es un pacto de sangre. Dios ha aceptado la sangre de Cristo (Hebreos. 9:14-24), y por ende, se ha comprometido por el amor de Cristo, a perdonar y salvar a todos los que vienen a Él. La sangre de Cristo es la garantía divina de que será misericordioso y benigno con el penitente. Nuestra parte del contrato es creer en la muerte expiatoria de Cristo. (Romanos 3:25-26).
e. Responsabilidad. No podemos tomarla indignamente. (1 Corintios 11:20-34). El apóstol Pablo habla de la indignidad de las acciones. El apóstol nos advierte de no cometer acciones indignas o mantener una conducta también indigna al participar de los sacramentos.
De ahí la importancia de participar dignamente en la Cena del Señor.
En 1 Corintios 11:23-34 Pablo nos da instrucciones de lo que debemos hacer al participar de este ritual. Él dice que todas las veces que lo hagamos estamos recordando que Cristo viene, y al hacerlo estamos demostrándoles a los demás que cada uno de nosotros está preparado para ese encuentro con Jesús.
Ahora bien, Pablo dice: “pero si la tomas indignamente serás culpado del cuerpo y de la sangre del Señor…” Estás haciendo impuro el sacrificio del Señor en la cruz y haciendo inmunda su sangre. Pablo nos manda a probarnos a nosotros mismos. En cierta ocasión el Salmista David se estaba probando a sí mismo y le dijo a Jehová: “Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación En ti he esperado todo el día” (Salmo 25:4-5).
Una vez examinados, y ver que todo en nuestra vida está en armonía con el Señor, con nuestro prójimo y con nosotros mismos, procedamos entonces a tomar parte de la Cena del Señor. Ahora, mi preocupación es que he visto este mal en personas de mi congregación, y quizá también las haya en la tuya, que no toman la Cena del Señor, alegan que no están bien. Tienen algún enojo con otro hermano u otras situaciones y prefieren no tomar la Cena del Señor, o sea valorar poco el sacrificio de Jesús y su venida, antes que ir y reconciliarse con el hermano o con el mismo Dios, y hacer uso del ritual. Son personas que saben que están haciendo mal, pero lo prefieren así.
Muchos de estos “hermanos” son los que cantan en el coro, son músicos, son los que dirigen los devocionales los domingos, son maestros de escuela dominical; pero todavía no tienen la venida del Señor en gran estima. No quieren examinarse a sí mismos, ¿será que temen ser juzgados por el Señor? ¿Será que prefieren, y así les gusta vivir en el pecado, seguir enojados con los demás? ¿Será que no les importa su salvación? o ¿será que piensan que por hacer muchas obras buenas y asistir a todos los cultos es suficiente para ir al cielo?
Veamos lo que dice Pablo en 1 Corintios 11:31-32 “Si nos examinamos no seríamos juzgados, pero si somos juzgados, seríamos castigados por el Señor, para que no seamos condenados por el mundo.” ¿Cómo nos condenaría el mundo? Veamos Hebreos 12:1-2 “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” Entonces, como pasamos por este juicio del mundo que nos vigila, Pablo nos dice en Romanos 13:13-14 “Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne.”
Si amamos al Señor, si amamos su venida, debemos ser parte de la ceremonia de la Cena del Señor. Juan nos dice en 1 Juan 1:8 al 2:2: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo, Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.” Una vez hayamos reconocido nuestro pecado y seamos perdonados, estamos listos para tomar la Cena del Señor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario