Hechos 19:8-12 – Y entrando Pablo en la sinagoga, habló con denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios. Pero endureciéndose algunos y no creyendo, maldiciendo el Camino delante de la multitud, se apartó Pablo de ellos y separó a los discípulos, discutiendo cada día en la escuela de uno llamado Tirano. Así continuó por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús. Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que aún se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían.
La Palabra de Dios es su simiente, la Palabra de Dios es Jesús, la Palabra de Dios es Dios mismo. Es por eso que Dios siempre respalda Su Palabra, pues ella es el semen que da nuevos hijos, siempre da frutos. La Palabra fluye mediante el Espíritu Santo que nos fue dado a cada uno de nosotros, para dar vida abundante a Su nación y a Su Iglesia. La Palabra es en esencia Dios. Grande es este misterio.
Es por eso, que la Palabra de Dios crece y prevalece. La Palabra debe ser recibida en nuestros corazones para que pueda gestarse y dar frutos en nosotros.
El verdadero crecimiento de la iglesia lo da la Palabra implantada en cada uno de nosotros. En la medida que creamos y vivamos la Palabra, Cristo podrá ser uno con nosotros al mezclarse y perfeccionarnos en santidad, a fin de poder ver la Gloria de Dios y hacernos parte de su Reino venidero.
Para que la Palabra se constituya en ti debes recibirla, meditarla, predicarla; pues la fe es por el oír la Palabra. Cuando la recibes la oyes, cuando la meditas tu mente la oye, cuando la hablas la oyes. Seamos oidores de la Palabra si queremos crecer en Cristo Jesús.
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