¿Puede un cristiano ver, con la conciencia limpia, una obra de teatro, una película o un programa de televisión? Por supuesto que sí. Nada hay de malo en sí mismo, en expresiones culturales como el teatro, el cine y la televisión. Son, simplemente, medios de expresión artística y cultural, que tienen la potencialidad de transmitir tanto lo bueno como lo malo; de edificar o de degradar. No es el medio en sí el problema, sino cómo se usa.
Es nuestro deber, como cristianos que aman a Jesús y tienen como proyecto de vida procurar la semejanza con Él, andar en sus caminos, obedecer su voluntad y servirlo, discernir, discriminar y elegir aquellos elementos de la cultura que pueden contribuir a nuestro proyecto espiritual de santificación, y desechar los que entorpezcan este proyecto.
Por eso, el versículo nos presenta un criterio muy sabio para elegir lo que permitimos que penetre en nuestro corazón a través de nuestros sentidos: “No pondré delante de mis ojos cosa injusta”. No permitiré que mi mente se vea expuesta a la maldad, a la violencia, a la bajeza moral, la perversión, la vanidad, la rebelión contra Dios y sus principios, que se encuentran en tantas (la mayoría) obras literarias, teatrales, cinematográficas o televisivas, así como en tantos programas de información, documentales, culturales, etc.
Es decir, el cristiano verdadero no desea que su mente se llene de los pensamientos insidiosos de los que aborrecen a Dios y los principios cristianos; pensamientos que se presentan de manera sutil o agresiva, y ponzoñosa, a través de libros, películas, obras de teatro o programas de televisión.
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