“Estas cosas os he hablado, dijo Cristo, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”. Juan 15:11.
Cristo tenía siempre presente el resultado de su misión. Su vida terrenal, cargada de penas y sacrificios, era alegrada por el pensamiento de que su trabajo no sería inútil; dando su vida por la vida de los hombres, iba a restaurar en la humanidad la imagen de Dios. Iba a levantarnos del polvo, a reformar nuestro carácter conforme al suyo y embellecerlo con su gloria.
Transportado de dicha, (Adán) contemplaba los árboles que una vez fueron su delicia, los mismos árboles cuyos frutos recogiera en los días de su dicha e inocencia. Veía las vides que sus manos cultivaron, las mismas flores que se gozaba en cuidar en otros tiempos. Y entonces, su espíritu abarca toda la escena; comprende que en verdad, este es el Edén restaurado, y que es mucho más hermoso ahora que cuando él fue expulsado.
Al fin “verán su rostro y su nombre estará en sus frentes”. Apocalipsis 22:4. ¿Qué es la felicidad del cielo si no es ver a Dios? ¿Qué mayor gozo puede obtener el pecador, salvado por la gracia de Cristo, que el de mirar el rostro de Dios y conocerle como Padre?
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