jueves, 12 de noviembre de 2015

El Suicidio Y La Depresión

El suicidio, tan vilipendiado por todos a pesar de ser muy hablado y encontrar artículos muy buenos y profesionales a mano, sigue siendo un tabú que atormenta a miles de personas que padecen depresiones, y a familias que temen comportamientos inapropiados en sus miembros, y no toman decisiones contra el temor a que ese hijo(a) u otro miembro se pueda suicidar.
La cuestión es que hoy, más que nunca, tenemos familias en las que hay múltiples síntomas de suicidio, atribuidos al problema específico de algún miembro, pero olvidamos que la familia es un todo, y los síntomas son exactamente eso: síntomas, pero de una enfermedad; todos poseen esta enfermedad, pero los síntomas los tienen manifiestos solo algunos o alguno de los miembros. Por lo que si no queremos seguir oyendo de suicidios, si no queremos que nuestra sociedad siga llenándose de síntomas, si no queremos que la depresión se generalice en nuestra sociedad, vamos a tener que atender debidamente a la enfermedad para que los síntomas desaparezcan. De otro modo, se podría decir que esto es una muerte anunciada.
Todos queremos evadirnos de la hija que tiene problemas; del hijo que toma drogas y está hundido en un mundo distante al nuestro; del padre infiel que transmite enfermedades de transmisión sexual a la madre; queremos desentendernos del problema, y disculpar al padre que no trabaja y no provee para sus hijos,... porque él es así y hay que amarlo como es; queremos evadirnos del hijo adicto a la pornografía por la vergüenza de aceptar que fue en casa donde lo aprendió; queremos eludir el estrés traumático que viven algunos, a los que dicen ser de locos ir a un psiquiatra; queremos evitar la violencia doméstica porque creemos que eso sucede en otras familias pero no en la nuestra; queremos evadir enfrentar los abusos sexuales a los que algunos de los hijos ha sido sometido, porque ¡qué horror!, fue el tío fulano, o el abuelo mengano, o son inventos de la niña(o); queremos evadir que hay alcoholismo en nuestro núcleo familiar porque eso es mentira, solo son "apariencias sociales"; queremos eludir que un hijo tiene desviaciones sexuales y lo atribuimos a que fue abusado, y ahora tenemos los derechos de igualdad de sexo que nos quitan la mortificación de encima; queremos evadir problemas matrimoniales porque prometimos hasta que la muerte nos separe,... y preferimos estar ahogados en mentiras y manipulaciones, tan dolorosas delante de Dios como el mismo divorcio.
Queremos desentendernos de que las iglesias están llenas de líderes que abusan de los feligreses en lo económico, en lo sexual y en su tiempo; queremos eludir que estar en casa a veces es aburrido, que hay rutinas, y preferimos el camino fácil del no compromiso para así estar en la calle; queremos  desentendernos de la infidelidad; del abandono; de la soledad; de las mentiras y más... 
Solo algunos ejemplos que nos erizan la piel, y que preferimos ni ver, ni oír ni sentir. Vale la pena recalcar también los problemas ambientales, como la inseguridad, el hambre, la miseria o el amor al dinero, entre otros. Entonces podemos preguntarnos ¿por qué hay depresión?; la depresión, como enfermedad, es penosa, y en sí misma es capaz de someter a la persona a pensamientos suicidas. La depresión es un trastorno emocional que hace que la persona se sienta triste y desganada, experimentando un malestar interior y dificultando sus interacciones con las personas y su entorno; sin embargo, no se debería hablar de ella sin que todos, como familia y sociedad estuviéramos involucrados. Aunque siempre hay excepciones,
 según estudios serios, hasta el 40% de los suicidios van asociados a enfermedades depresivas.
Es decir, que estamos en un mundo lleno de egoísmos, donde existe el "quítate tú, para ponerme yo", estamos en una jungla llamada civilización. La verdad es que el esposo infiel; el padre que se desentiende de la adicción del hijo a las drogas y todos los ejemplos anteriores, se generan en un corazón lleno de egoísmos que se toma a la ligera los tremendos y más hermosos compromisos dados por Dios aquí en la tierra. 
Estar en el pozo de la depresión es una de las experiencias mas traumáticas por las que podemos pasar y, por no contar con la ayuda de la unidad de la familia y de la sociedad, se hace más doloroso y traumático el transitar por la horrible pesadilla de la depresión. Por eso muchos no aguantan y prefieren rendirse, doblegándose a la angustia y al dolor como enemigos invencibles. (El suicidio)

Muchos dirán que existen los especialistas y que toda persona que está pasando por problemas debe ser vista médicamente. Por supuesto, esto es lo recomendable; pero el concepto principal es que si entendemos que lo que pasan muchos son los síntomas de una enfermedad que tenemos todos, tal vez podríamos ser sanos, en gran manera, del brutal egoísmo existente y comprender nuestra responsabilidad. Entonces, quizá podríamos entender que los principios y valores para nuestros hijos valen más que todo el oro del mundo; que no siempre les podemos decir que sí y no siempre que no, que sus frustraciones son tan importantes como sus aciertos; que son capaces de tener las herramientas internas, si los sabemos educar no bajo la corriente de un mundo a oscuras y sin Dios; porque si cuidamos a nuestros hijos cuando estuvieron enfermos, también los deberíamos cuidar espiritualmente, y enseñarles compromisos de honestidad e integridad y no esperar a que otro se los enseñe; el compromiso con Dios salva la vida. Es imposible educar bien sin intervenir; encubrir sus irresponsabilidades los hará rebeldes a la autoridad; los hijos viven hipnotizados ante una pantalla y olvidan el contacto con la piel de sus seres queridos, y después se hacen ariscos a las caricias.
El problema del suicidio es problema de todos, pues amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos fue un mandato de Jesús; sin embargo, hoy, en medio de una humanidad “civilizada”, se cometen las peores torturas y aberraciones que se creían haber dejado en la época de la prehistoria. 
Es precisa la atención de todos para volver, todos, nuestro rostro a la cruz; esa expresión de amor de Dios dada al hombre, la más grande de la historia, la nunca superada por nadie, la que nos da vida, y la que nos despierta del letargo para darnos la mano y dejar de lado el radicalismo religioso, y así, podamos ser mejores personas, mejores seres humanos y mejores cristianos.
¿Es mucho pedir?

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