Nos disponíamos a almorzar. Siempre acostumbramos a dar gracias por los alimentos y pedir la bendición de Dios. Esta vez era el turno de mi nietecita de orar por los alimentos. A sus dos años, era todo un acontecimiento.
Ella oró, dio gracias y mencionó a toda la familia, nombre por nombre; pero después, en vez de decir “en el nombre de Jesús”, dijo al Señor: “Ok, babai” [bye bye]. Podría causar risa; pero a mí me hizo pensar. Me di cuenta de que mi nieta confiaba verdaderamente en Dios, y había conversado con Él tan naturalmente, que se despidió como si fuera visible a sus ojos.
Hay un escrito inspirado que nos dice: “Orar es el acto de abrir tu corazón a Dios como a un amigo… Cuando Jesús estuvo sobre la tierra, enseñó a sus discípulos a orar. Les enseñó a presentar a Dios sus necesidades diarias y a confiarle todas sus preocupaciones. Y la seguridad que les dio de que sus oraciones serían escuchadas se nos da a también a nosotros”.
“Satanás se aterra cuando oramos. Hay poder en la oración, por lo que nuestro adversario procura constantemente, mantener al alma turbada lejos de Dios. Una súplica elevada al cielo por el santo más humilde, es más temible para Satanás que las órdenes reales o decretos gubernamentales”. “Pedid y se os dará” es la promesa. Dios nos escucha y quiere contestar nuestras oraciones. Vence al enemigo con la oración. Te dará muy buenos resultados.
¿Probarás? Hazlo antes de salir con prisa para el trabajo, y tendrás su compañía constante. Está a tu lado. Conversa con Él como con un amigo, como con tu Padre amante, y tendrás un día feliz.
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