jueves, 17 de septiembre de 2015

La vuelta del cartero

“No se olviden de practicar la hospitalidad,
pues gracias a ella algunos, sin saberlo,
hospedaron ángeles”
(Hebreos 13:2).
la vuelta del...Ruth encontró en el buzón de su correo una carta sin sellos ni marcas, en la que solo iba su nombre y dirección. La carta decía: “Querida Ruth: Estaré en tu barrio el sábado por la tarde y pasaré a visitarte. Atte., con amor, Jesús”.
Las manos de Ruth temblaban y de inmediato pensó: “¿Por qué querrá venir a visitarme el Señor? No soy nadie en especial; ¡ni siquiera tengo qué ofrecerle! Tendré que ir al mercado a conseguir algo para la cena”.
Así lo hizo, y con las pocas monedas que tenía compró alimentos. Al regresar a casa se encontró con dos personas que le aguardaban en el portal; eran un hombre y una mujer vestidos con harapos. El hombre dijo: “Disculpe, señora; no tengo empleo; mi mujer y yo hemos estado viviendo en la calle, y bueno, estamos con  hambre, y tenemos frío. Si usted pudiera ayudarnos se lo agradeceríamos”.
Ruth los miró con recelo. Estaban sucios y olían mal. Entonces dijo: “Quisiera ayudarlos pero yo también soy pobre. Todo lo que tengo es esta bolsa de alimentos que acabo de comprar, pero un huésped importante me va a visitar hoy, y planeaba servirle esto a él.
“Sí, la entendemos, señora, dijo el pordiosero con la cabeza baja. Gracias de todos modos.” Y diciendo esto, tomó a su mujer y empezaron a andar. Pero Ruth no pudo más, sintió que su corazón latía con fuerza; corrió hacia ellos, y los detuvo con estas palabras: “esperen, llévense ésto; era para mi invitado especial, pero ya se me ocurrirá algo”. Y les entregó la bolsa con las compras; inmediatamente se sacó su abrigo y lo deslizó sobre los hombros de la mujer. Nuevamente se lo agradecieron y se marcharon.
Ruth se disponía a entrar en casa, satisfecha pero sin su abrigo, y ahora sí, sin nada que ofrecerle a su invitado: Jesús. Buscó la llave y mientras lo hacía, notó que había una nueva carta en el buzón. “Qué raro, se dijo, el cartero no viene dos veces en un día.” La tomó y  la abrió. Su contenido decía: Querida Ruth: ¡Qué bueno fue volverte a ver!… Gracias por la deliciosa cena, y gracias también por el hermoso abrigo. Con amor: Jesús”.
¡Cuántas veces usted o yo, regresando de una jornada de oración, o yendo a iniciar una, le hemos negado ayuda al indigente, al pordiosero que pasa a nuestro lado. Resulta que estamos tan preocupados en encontrarnos con Jesús en el templo, que no nos percatamos que ÉL estaba disfrazado como el pordiosero que acabamos de ignorar.
A veces, nuestra miopía espiritual no nos permite descubrir a Jesús, el mismo que algún rato después podría repetirnos: “tuve hambre, y no me diste de comer; tuve sed, y no me diste de beber; estuve sin ropa, y no me cubriste”. Y nosotros le preguntaremos extrañados: “Pero Señor, ¿cuándo te hemos visto con hambre, con sed, o desnudo? … y ÉL nos contestará: ‘Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.” (Mateo 25: 37-40)

No hay comentarios:

Publicar un comentario