miércoles, 26 de agosto de 2015

Carta de un alma herida

Y volverán los rescatados por el Señor, y entrarán en Sión con cantos de alegría, coronados de una alegría eterna. Los alcanzarán la alegría y el regocijo, y se alejarán la tristeza y el gemido.
(Isaías 35:10 NVI)
Aquel fatídico día en el que cosechaba todo aquello que durante años sembró, dolor, tristeza, desesperación, sentimientos de derrota y frustración, seguidos de pensamientos de no querer vivir, eran la consecuencia de palabras llenas de rencor, rabia y actitudes de rudeza de un lado y del otro.
Como fruto de todo esto, Ana Sofía, sufría el abandono, la desilusión y la desesperanza. Cada golpe, palabra e insulto recibido, eran puñaladas directas al corazón, y se sintió humillada, desvalorizada; nada de lo que hiciera o dejara de hacer importaba, porque al final, todo sería en vano.
Renegaba del Padre celestial, y en su inercia, entregó al enemigo su dignidad, su valor como mujer y todo su ser. No conocía, en aquel entonces, de Jesucristo. Esa noche, pensó que no tenía sentido vivir si la persona que amaba no permanecía a su lado, y sus fuerzas acabaron al meditar en que la mejor salida era atentar contra su vida, sin importar que su pequeña hija de 2 años, la necesitaba y que allí se encontraba con ella.
Pero meses más tarde, conoció a un Dios misericordioso que le enseñó que como persona vale su sangre, y que como su hija consentida, todo lo que le sucedía era para su bien. Ahora no se arrepiente de todo lo vivido, no cambiaría ni los malos ni los buenos momentos que experimentó, porque en cada uno de ellos, pudo ver la mano de su Padre tratando directamente con su carácter.
Hoy no es la misma de ayer, es más fuerte, tiene valor en cada segundo de su existencia y cree que todo es posible para Aquel que en su amor la diseñó.
Con su corazón restaurado, Ana Sofía le escribió a Santiago la siguiente carta:

"Perdóname una y otra vez por llevarte al límite de la tolerancia, quisiera haber podido cambiar tan rápido como nuestra mente espera que se dé ese cambio; perdona, porque quizás no me esforcé lo suficiente, disculpa mi debilidad al no haberte amado como lo merecías, y por fracasar al no ser la ayuda idónea y mujer virtuosa que esperabas que fuera. Jamás usé máscaras, soy lo que soy, auténtica, honesta, fiel a mis principios y creencias, y nunca te mentí acerca de mis sentimientos, pero lamento que mis actitudes te llevaran a pensar de mí lo contrario.
Me sentía impotente, porque tus palabras y acciones rudas, y mi necedad al no saber aplicar la teoría me descontrolaban. Deseaba que me hablaras con amor, que lo que me pedías lo hubieras hecho con delicadeza, ya que de esta manera me hubieras ayudado un poco porque, desafortunadamente, tus debilidades eran también las mías. Yo te respondía de la misma manera grosera, y hoy veo que mi falta de respeto y tu falta de amor, fue lo que agravó las cosas entre nosotros.
Deseaba con ansia que esa unidad, de la que tanto nos habían hablado en la iglesia, llegara rápidamente a nuestro matrimonio, que el sujetarme y someterme a ti no me costara tanto, que fuera digna de tu admiración, de tu confianza, ser fuente de bien para ti, trabajar a tu lado por darle a nuestra hija lo que necesitaba, complacerme en tus logros, preocuparme por nuestro hogar, ser revestida de la fuerza y dignidad que solo el Todopoderoso podía concederme; hablar con sabiduría y con ternura cuando no estaba de acuerdo contigo, cuidar de nuestro hogar sin queja alguna, dejar de pensar en mí para empezar a pensar más en ti y en tus necesidades, todo para que algún día reconocieras mis logros y alabaras mis obras públicamente, como lo dice Proverbios 31, pero ya es demasiado tarde. Te amé con todas las fuerzas de mi corazón, y no me importaba si moría en el intento. Hoy quiero ver la mano poderosa de Dios sobre ti, porque esa será la verdadera recompensa que recibiré hasta el final de mis días, ver su gloria reflejada en tu vida.
Hoy tengo la oportunidad de rehacer mi vida, conocí un hombre maravilloso que se esfuerza por ser mejor para Dios cada día, que como yo, es una persona imperfecta, y que desea ser feliz, y cumplir el plan y el propósito que tiene nuestro Señor para nuestro hogar. Muchas personas pensaron que fracasaríamos, pero seguimos juntos, unos días bien, otros días con nuestro mundo tambaleando, pero con fe y confianza de querer seguir hacia adelante, porque sabemos que nos espera un galardón eterno y espectacular, si apostamos a lo que Dios quiere.
Mi tiempo junto a ti no fue en vano, pues cada lágrima, cada acción y cada palabra desacertada, retumban en mi mente como una instrucción clara de lo que ya no debo hacer, y gloria a Dios, en el proceso lo conocí a Él para deleitarme en la verdadera felicidad".
Reconociendo mi responsabilidad, perdonando con sinceridad y esperando que El Señor te bendiga hoy y siempre,
Con aprecio,
Sofía
“Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús”
(Filipenses 3:13-14 NVI)

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