jueves, 9 de julio de 2015

No sé quién eres, aunque creo que... sí sé quién eres

No sé quién eres, aunque creo que... sí sé quién eres. Llegaste a mi vida de la mano de Dios y ahí estás, leyéndome.
Con un corazón contrito y humillado, con tu alma herida, tu salud quebrantada, o tal vez una amarga decepción… un hecho terrible que le dio un vuelco a tu vida y la hizo girar en otro sentido.
Hasta ayer tú eras alguien con proyectos, ilusiones, esperanzas. Hoy pareces otra persona. Las ilusiones se derrumbaron, los proyectos... literalmente se evaporaron, y las esperanzas se perdieron.
En medio de las heladas aguas del mar de tu naufragio escuchaste muchas voces. De esas que hablan mucho y no dicen nada. Como cuando aprovechando su sapiencia, los inteligentes y bien ordenados argumentos de los eruditos de turno no llegaron a tu corazón roto, ni fueron capaces de aportar entendimiento ni consuelo a tu alma herida; pero entonces, un día te hallaste frente a la pantalla de un ordenador, y sin saber cómo ni por qué, comenzaste a leer un “mensaje de ánimo”. De la mano de Nuestro Amado Señor, con palabras sencillas y llenas de la Gracia Divina, te habló personalmente.
Habías clamado a un Dios que creías que no te estaba bendiciendo. Sentías que tus oraciones no salían de tu habitación. En la fría soledad de tus días, sentías el amargo sabor de la derrota, pero Dios puso en el corazón de alguien escribirte un mensaje sin saber el destinatario. Como todos los mensajes que vienen de allí, vuelan lejos de las manos de sus autores, como la paloma del Espíritu, para posarse y aportar alivio y consuelo en un corazón lejano y dolido.
Para el mundo no eres más que un número, una pieza descartable de un rompecabezas en el que solo la conveniencia de los más poderosos es lo importante. Este es el mensaje que nos transmite. Es por eso que nos parece que para Dios, sinónimo de poder, resulta que le da igual. Pues bien, hay buenas noticias para ti: esos no son los códigos de Dios. Dios no es una corporación.
Aunque las calientes arenas del desierto que hoy cruzas te quemen, aunque el helado frío de la noche que parece ser eterna, te quebrante. Aunque el miedo muerda… ¡Ánim@!, hoy Dios te habla. Hoy Dios te bendice. Hoy, Dios te ordena con su poder e infinito amor: “¡Levántate y anda!”. Hoy, en este mismo momento, mira al Señor. Él viene caminando sobra las aguas y te tiende su mano para sacarte a flote.
¿Ves? Yo no sé quién eres, aunque... creo que sí lo sé. Pero lo mejor de todo y lo único que importa, es que Dios sí lo sabe.

Gracias, amado Señor, por cruzar los caminos de nuestras vidas a través de este medio. 

A ti, Dios tenga a bien bendecirte en abundancia hoy y cada uno de los días de tu vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario