domingo, 5 de julio de 2015

Del amor divino

“¿Cuántas veces vosotros, padres, escuchasteis cosas como: mamá, papá, quiero agradeceros todos los sacrificios que hicisteis por mí, estoy muy agradecido?” 
Hoy ellos ya no están aquí, pero muy probablemente nuestros padres no lo hayan escuchado. En unos pocos meses voy a cumplir treinta y cinco años de aquella noche en que decidí entregar mi vida en sus manos. ¡Gracias Dios, por el ministerio de mi hermano Miguel que hoy está en tu presencia! Hoy, uno de sus hijos es uno de los pastores en la iglesia en la cual me congrego.
La idea es escribir sobre los pensamientos que fluyen a causa de mi intenso diálogo interior con Él. Dios irrumpe así en mi vida, mente y corazón en el momento que derramo el alma en un escrito.
“Sé que hay montañas tan altas que no crees escalar; y un horizonte tan lejano que no crees alcanzar; sé que la duda y la indecisión son enemigos que hay que derribar; ¡Levántate con fe!; en Dios está el poder para hoy vencer… no des lugar a dudas, tan solo algo de fe … no hay de qué temer si puedes creer”, dice una bellísima canción cristiana en la dulce voz de Lilly Goodman (Lilly Goodman. “Si puedes creer”).
Tiempo atrás, después de una durísima decepción y de años de velado silencio en el valle de las lágrimas, comencé tímidamente, junto a mi amada esposa, a orar por tener un hijo cuando todas las posibilidades de tener uno estaban negadas para nosotros. Hoy, otros son los desafíos, otros los sueños, otros son los horizontes que se levantan delante de nosotros. Pero esa hija que iluminó nuestras vidas, tiene hoy veintidós años y es un testimonio viviente de que “todo es posible si puedes creer”.
Y no me canso de decirle: un hijo buscado es un hijo amado. Mientras más buscado, aún más amado.
Pero también hoy puedo sentir el corazón de Dios cuando desde pequeñito me buscaba. Hoy, en la dulce presencia de nuestra hija puedo ver el milagro de Dios obrando con poder en nuestras vidas, pero también puedo ver, porque así es, el milagro de Dios alcanzando mi alma para la eternidad.
Y también hoy puedo ver mi propia ingratitud como hijo amado de papá Dios; mientras más buscado, más intensamente amado. No puedo por menos, que desde lo más profundo del corazón clamar:

¡GRACIAS, AMADO SEÑOR!

Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
(Romanos 8:37-39 RV60)

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