miércoles, 10 de junio de 2015

¿Estás desesperado?

Aquella mañana me había levantado muy temprano tratando de cumplir con todo lo que tenía que hacer: el trabajo, mi hogar, el ministerio personal que Dios entrega a diario en mis manos, y tantas cosas más... ¡Me sentía ahogada!
Fui a mi trabajo y cumplí con mis deberes durante una hora. Luego solicité permiso para ir a última hora a hacer algo por Dios en su obra. Me fui unos veinte minutos antes, tiempo suficiente para llegar a la hora al lugar previsto. Pero al llegar a la avenida que me llevaría al lugar, noté demasiada congestión de tráfico.
A medida que el minutero de mi reloj avanzaba, también crecía la desesperación en mí. Traté de ver desde una parte alta lo que estaba sucediendo, y no pude vislumbrar con exactitud la situación. Pero sí estuve segura de que iba a estar en ese embotellamiento unos cuantos minutos, incluso horas.
Me sentía muy tensa conduciendo mi automóvil. Solo logré en cinco minutos avanzar unos pocos metros. ¡Ya solo quedaban cinco minutos para llegar al lugar!, y pensé en todo lo peor. Iba a llegar tarde y no podía avisar de la razón de mi tardanza. Sencillamente, ¡no podía hacer nada! En ese momento, a mi lado, se deslizó lentamente un autobús de color blanco. ¡Mis ojos no podían creer lo que veían! En el cristal trasero de ese autobús, había un gran letrero que decía; “No temas, porque yo estoy contigo” (Isaías 43:5)
-¡Qué casualidad!, diría la gente.
-No, discúlpenme, por favor, ¡no fue una casualidad! ¡Nunca es casualidad lo que le sucede a un hijo de Dios! ¡Qué hermoso mensaje me envió mi amado Jesús! Casi no lo podía creer. Entonces me tranquilicé, le di gracias a mi querido Jesús por ser tan especial, directo y oportuno. Dejé el asunto en sus manos y seguí en la hilera de coches que pretendían avanzar. A los pocos metros, encontré un desvío casi imperceptible y, aunque no conocía el lugar ni sabía a dónde llevaría esa vía, oré y le dije a mi amado Señor; “Jesús, llévame, yo no sé cómo hacerlo“. El trayecto era totalmente desconocido para mí. Más adelante apareció otra avenida, desconocida también, que me condujo exactamente al lugar de la reunión. Llegué al lugar convenido con puntualidad perfecta.
Alabo a Dios por su mensaje. Esa mañana Él me dijo: “Entrégame el control. Tranquila. ¡Yo estoy contigo!“
No temas, porque yo estoy contigo; del oriente traeré tu generación y del occidente te recogeré. Isaías 43:5

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