miércoles, 10 de junio de 2015

Elijo el gozo

“Estad siempre gozosos” (1 Tesalonicenses 5:16).
“Mirad a los cristianos. Siguen a un resucitado pero sus caras son de muertos. ¿Cómo voy a creer a estos cristianos que, siguiendo a un salvador, no tienen cara de redimidos?” Ciento treinta años después de que Nietzche escribiera esto en su libro Así habló Zaratustra, nos preguntamos si aquellos que no creen en Dios en la actualidad, ven también ahora en nosotros esa clase de personas que no reflejan lo que predican. Somos redimidos, pero… ¿tenemos cara de redimidos? El finado escritor anglicano John Stott decía que los cristianos tenemos que arrepentirnos del pesimismo. Posiblemente tenga mucha razón.
Cuando el apóstol Pablo conceptualizó el reino de Dios para sus receptores, los romanos, escribió: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17). De eso trata la vida de Dios en nosotros, y no de experimentar esto como algo extraordinario en nuestra cotidianidad; es algo que repercutirá más allá de nosotros. No podremos alcanzar al mundo con el mensaje del Evangelio, si nosotros no reflejamos plenamente ese Evangelio. Las palabras cobran vida cuando quien las dice posee su misma esencia. No podemos hablar del gozo de ser salvos, si perdimos esta virtud teologal en algún recodo del camino.
¿Es el gozo algo permanente en nosotros, o es una experiencia frágil y circunstancial en nuestro vivir? ¿Somos redimidos y vivimos con miradas oscas y rostros ceñudos, o vivimos gozosos sea cual sea nuestra suerte? ¿Estamos pletóricos de alegría a causa de nuestro Dios, al cual servimos, o estamos imbuidos en un pesimismo visceral? Como el médico que entrevista al paciente para saber su mal y curarle, debemos preguntarnos si somos juiciosos. Debemos ser sinceros con nosotros mismos si queremos vivir plenamente en Cristo.
Ante todo, consideremos que estar gozosos es un regalo y una elección a la vez. Por ejemplo: mi esposa y mis hijas me regalaron en las navidades pasadas un buen Smartphone. Es una excelente herramienta para estar mejor comunicado, llevar la agenda, el e-mail al día, y de forma general, hacer más fácil mis quehaceres. El regalo ha sido estupendo y lo uso cada día. Ahora imagine que no fuera así. Piense que me regalaron ese teléfono, pero no lo llevo conmigo sino que prefiero dejarlo en casa. ¿De qué me serviría tener un regalo como ese si decido no usarlo? Es mío el teléfono, pero no tiene una utilidad eficaz por mi causa. Es como si no tuviera ninguno. Pues lo mismo ocurre con el gozo del Señor. Es un regalo para que lo disfrutemos, y para que mediante él, podamos enfrentar la fatiga, la desazón y el miedo. Pero si no elegimos ese gozo, si no lo llevamos con nosotros, de poco servirá. No lo disfrutaremos nosotros, ni lo verán los demás.
¿Qué tal si desempolvamos ese regalo que Dios nos ha dado y empezamos a disfrutarlo a diario sin importar lo que traiga cada jornada? Estemos gozosos a pesar de cualquier contratiempo. Disfrutemos de la esencia del reino de Dios como una herencia permanente y necesaria. Si somos salvos, tengamos cara de redimidos. Si creemos en el resucitado, vivamos en el éxtasis de una alegría incólume.

“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”

(Filipenses 4:4)

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