Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Mateo 5:44-45
Al final de la segunda guerra mundial, un cristiano atravesaba en bicicleta una zona ocupada en la región de Argenton, Sur-Creuse (Francia), para reunirse con su familia, y al pasar por un pueblo, el ejército alemán lo detuvo. Allí, un soldado alemán había sido abatido la noche anterior, y el ejército ocupante había decidido tomar represalias: las primeras diez personas que fueron halladas en el pueblo, tuvieron que ponerse en fila, contra el muro, frente a un pelotón de ejecución. Y entre esas personas se hallaba este creyente, quien pasaba por allí en esos momentos.
Pidió que se le permitiese orar antes de la ejecución, cosa que le fue concedida. El oficial alemán pidió que le tradujesen la oración.
El creyente oró en voz alta por las víctimas que iban a perder la vida, por los soldados que iban a ejecutar la orden y por el oficial que daría la misma. Cuando el creyente terminó su oración, el oficial ordenó al pelotón bajar las armas y abandonar ese lugar.
El creyente oró en voz alta por las víctimas que iban a perder la vida, por los soldados que iban a ejecutar la orden y por el oficial que daría la misma. Cuando el creyente terminó su oración, el oficial ordenó al pelotón bajar las armas y abandonar ese lugar.
No sabemos si los que se beneficiaron con esta intercesión se acercaron a Dios. ¿Fue esta escena una oportunidad para que conociesen la salvación de Dios ofrecida a todos los hombres?
“Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás” (Salmo 50:15).
No hay comentarios:
Publicar un comentario