A esta idea, ahora se suma aquella que, comentaba, descubrí en un libro: las lágrimas son el cristal de la esperanza. Si eres llorón o llorona como yo, te darás cuenta que después del llanto viene una sensación liberadora...incomparable. Es como si a través de cada lágrima que cayó, se fuera un poco de la pena o angustia que la produjo ¡Es una sensación de libertad! Y además de ser una experiencia liberadora, también es esperanzadora. Siempre que terminamos de llorar, el problema o lo que causó ese llanto es muy probable que continúe allí, pero lo distinto es la visión que ahora tenemos. Es muy probable que el mero hecho de exteriorizarlo a través del llanto, haga que se sienta que “ya no está tan dentro” sino que está empezando a “asomarse”, como la punta de un iceberg en medio del océano.
Perder la esperanza es una de las razones por las cuales la gente tiene cuadros depresivos. Por ejemplo, perder la esperanza en la “vida”, en que en algún momento será mejor, en las personas, en que alguna vez cambiarán, en la justicia y en tantas otras cosas más que deberían ser de una manera pero resultan ser de otra. Es el “duelo del mundo justo”, darse cuenta de que no necesariamente las cosas son como las esperamos o deseamos, pero aún así, entender que en medio de ese duelo, hay un cristal, el cristal de la esperanza que nos regala Jesús. Él dice que nos da un futuro y una esperanza; lo dice en Su Palabra y nos lo recuerda todos los días, a cada instante de nuestros días. Cristo es nuestra esperanza en el día malo, en el día triste y en el día agotador. Él es nuestro cristal, nuestro cristal de la esperanza.
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