Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Juan 8:11
¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre! Juan 7:46
¿Es posible conocer a Dios? ¿El Creador se interesa realmente en mí?, se preguntaba Habiba. De repente se acordó del evangelio según Juan que alguien le había dado, y que había guardado en el fondo de un cajón.
Su corazón latió más fuerte cuando empezó a leerlo, pues el poder del texto del evangelio la conmovía. La compasión de Jesús la dejó "sin habla", y cuando llegó al capítulo 8, sintió algo especial en su corazón. ¿Qué iba a hacer Jesús ante la mujer adúltera acusada? ¡Claro que ella había pecado!, pero los hombres eran tan injustos e hipócritas… ¡Y Jesús debía ser severo con el adulterio! Entonces Habiba cerró bruscamente el evangelio.
Por la la noche se levantó y volvió a leer: “Como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:6-10).
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