El predicador regresó para tomar el elevador y salir de la mina. En esto, se encontró al capataz y le preguntó qué le parecía el plan de Dios para salvar. El hombre contestó:
- ¡Oh!, es demasiado barato; no puedo creer en una religión como esa. Sin responder a esa observación el ministro preguntó: ¿Cómo puedo salir de aquí?
- Simplemente entrando en la jaula, fue la respuesta.
- ¿Y tarda uno mucho en llegar arriba?
- No, solo unos segundos.
- ¡Vaya!, de verdad que es muy fácil. Pero, ¿no hay que ayudar al elevador?, preguntó el ministro.
- Claro que no, contestó el minero. Como le he dicho, no tiene que hacer nada más que entrar en la jaula.
- Pero, ¿qué opina la gente que hizo este tiro y lo perfeccionó?, ¿tuvo muchos gastos e hizo mucho trabajo?
- Verdaderamente sí; fue una obra laboriosa y costosa. El tiro tiene seiscientos metros de profundidad y le costó mucho al jefe. Pero es el único medio que tenemos para salir y sin él nunca podríamos salir a la superficie.
- Precisamente. Cuando la Palabra de Dios dice: “El que oye mi palabra y cree al que me ha enviado tiene vida eterna.” Juan 5.24, usted dice luego: “Demasiado barato, demasiado barato,” olvidando que la obra de Dios para sacarle a Ud. y a otros fuera de un lago de destrucción y muerte, fue efectuada con un coste inmenso, el de la muerte de su propio Hijo.
Los hombres hablan acerca de la “ayuda de Cristo” en la salvación. Que si ellos hacen una parte, Cristo hará la otra, pero olvidan o ignoran que el Señor Jesucristo ha hecho lo verdaderamente esencial, imprescindible, “la purgación de nuestros pecados por sí mismo”, y que la parte de ellos es solo sentir su necesidad, confesar sus pecados, y aceptar lo que Él ha hecho.
“Si confesamos nuestros pecados él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados y nos limpie de toda maldad.” 1 Juan 1:9.
“El mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros siendo muertos a los pecados, vivamos a la justicia, por la herida del cual habéis sido sanados.” 1 Pedro 2:24.
La salvación puede ser tuya hoy. Los brazos de Cristo están abiertos para recibirte. “Al que a mí viene, no le hecho fuera” (Juan 6:37). El Espíritu Santo dice: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 3:7,8).
“Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).
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