El canal National Geografic presentó un programa que mostraba cómo las águilas hacen para atrapar peces en los lagos. Vuelan muy alto sobre el lago, y su visión es tan aguda que localizan con facilidad al pez que quieren pescar. Al verlo, doblan las alas hacia atrás y se lanzan directamente hacia él a gran velocidad. Al llegar al agua, extienden las alas, abren las garras, asen al pez y vuelven a la playa.
En ese programa, mostraron una película que presentaba un hecho poco frecuente. Un águila se sumergió para atrapar al pez; pero éste era muy grande, tanto que el águila hacía un esfuerzo muy grande para levantar el vuelo. El pez era demasiado pesado, y no lograba soportar su peso.
Dándose cuenta de que no podía con su presa, trató de soltar al pez. Pero sus garras habían penetrado tan hondo en sus carnes que no podía sacarlas. Luchó mucho pero no tuvo éxito. Comenzó a caer al fondo del lago, y se ahogó porque no pudo librarse de la caza que había atrapado.
Muchas veces, nosotros nos aferramos a cosas que pueden ser peligrosas. Escogemos malos amigos, malos programas de televisión, alimentos dañinos... En fin, nuestras elecciones acaban siendo demasiado pesadas y grandes para nosotros.
Al principio creemos que tenemos el control y que podremos apartarnos del mal cuando lo deseemos. Pero, sin darnos cuenta, eso se va transformando en un hábito. Y cuando un día tratamos de librarnos y de salir, descubrimos que estamos demasiado apegados a las malas costumbres. ¡Estamos descontrolados!
Lo mismo que le pasó al águila que no consiguió librarse del pez y murió ahogada puede pasarnos a nosotros; y cuando nos percatemos será demasiado tarde para abandonar el mal; pereceremos con él. Por ejemplo, que a veces los malos amigos nos llevan a hacer cosas que no haríamos si no anduviéramos con ellos.
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Hebreos 12: 1-2
En ese programa, mostraron una película que presentaba un hecho poco frecuente. Un águila se sumergió para atrapar al pez; pero éste era muy grande, tanto que el águila hacía un esfuerzo muy grande para levantar el vuelo. El pez era demasiado pesado, y no lograba soportar su peso.
Dándose cuenta de que no podía con su presa, trató de soltar al pez. Pero sus garras habían penetrado tan hondo en sus carnes que no podía sacarlas. Luchó mucho pero no tuvo éxito. Comenzó a caer al fondo del lago, y se ahogó porque no pudo librarse de la caza que había atrapado.
Muchas veces, nosotros nos aferramos a cosas que pueden ser peligrosas. Escogemos malos amigos, malos programas de televisión, alimentos dañinos... En fin, nuestras elecciones acaban siendo demasiado pesadas y grandes para nosotros.
Al principio creemos que tenemos el control y que podremos apartarnos del mal cuando lo deseemos. Pero, sin darnos cuenta, eso se va transformando en un hábito. Y cuando un día tratamos de librarnos y de salir, descubrimos que estamos demasiado apegados a las malas costumbres. ¡Estamos descontrolados!
Lo mismo que le pasó al águila que no consiguió librarse del pez y murió ahogada puede pasarnos a nosotros; y cuando nos percatemos será demasiado tarde para abandonar el mal; pereceremos con él. Por ejemplo, que a veces los malos amigos nos llevan a hacer cosas que no haríamos si no anduviéramos con ellos.
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Hebreos 12: 1-2
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