martes, 17 de marzo de 2015

La trampa del orgullo

En los últimos tiempos, nuestra cultura ha contribuido, por todos los medios, a elevar nuestro “orgullo” bajo el nombre de “autoestima”. Ambas palabras significan lo mismo: tener un concepto inflado de nosotros mismos.
El orgullo se camufla con el disfraz de la que los psicólogos llaman, autoestima, cuya esencia es “exaltar nuestras cosas buenas y minimizar las malas”. Pero como siempre, la Biblia nos hace volver al punto de equilibrio, contrastando la verdad con lo que dice la mayoría, y el tema de la autoestima no es la excepción.
Se manifiesta fundamentalmente en la forma como pensamos que somos nosotros mismos, y la forma como nos relacionamos con los demás.

El orgullo en la apreciación de nosotros mismos
“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” Romanos 12:3
El orgullo nos impide ver cuán pobres son nuestras obras buenas. Si pudiéramos quitar el orgullo de nuestro corazón, podríamos ver que nuestras buenas acciones no son tan buenas ni tan grandiosas como nuestro orgullo las hace parecer. El orgullo es un enemigo que nos oculta nuestra triste realidad:
-        Impide ver nuestros pecados ocultos, para retrasar nuestra santidad.
-        Infla nuestra bondad y reduce nuestra maldad, para poder juzgar a otros.
-        Disfraza nuestros fracasos y debilidades, para hacernos ver como víctimas de los demás.
-        Exagera nuestros triunfos, para que busquemos los aplausos.
-        Se jacta de nuestra sabiduría, y retarda nuestro conocimiento.
-        Miente al hacernos creer que siempre tenemos la razón y dificulta pedir perdón.
-        Nos engaña al hacernos ver como más importantes y mejores que los otros, buscando todo merecimiento.
-        Enmascara nuestra perversidad con hipocresía, para cuidar nuestra reputación.

El orgullo en nuestra relación con los demás
“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Filipenses 2:3-4
El orgullo nos hace tener un alto concepto de nosotros mismos, y ver
a los demás como inferiores; nos hace adoptar posturas de pensamiento y acciones altivas, queriendo dominarlos sutilmente. El orgullo no permite que nuestra imagen y gloria estén amenazados, nos lleva a reclamar siempre nuestros derechos y a ocuparnos de que “se haga justicia”, sin tener en cuenta la justicia del otro. El orgullo afecta a nuestras relaciones sociales porque dificulta la convivencia con los demás y sobre todo, nuestra relación matrimonial.
¿Cómo sabemos hasta qué punto somos orgullosos? Vemos aquí, una lista de actitudes; conque una sola de ellas se haga evidente en nuestro carácter, ya se demuestra que tenemos un corazón altivo:

-        Se ofende fácilmente.
-        Es impaciente.
-        Siempre está a la defensiva.
-        Le preocupa mucho su apariencia.
-        Necesita ser elogiado y aprobado.
-        Quiere sobresalir, compite.
-        Es controlador y le gusta mandar.
-        Se preocupa por el que dirán.
-        Busca ser recompensado.
-        Pelea por sus derechos sin importar a quien pisotee.
-        Siempre tiene la razón, le es difícil pedir perdón.
-        Se burla y critica al que no es como él.
-        Cree que es más espiritual que otros.
-        Cree que todo se lo merece, le dificulta ver lo que otros hacen para su bien.
-        Es perfeccionista y todo debe hacerse a su manera.
-        No acepta consejos, siempre cree saber qué hacer.
-        No sabe escuchar, solo piensa en sus problemas.
-        No asume su responsabilidad cuando se equivoca, busca culpar al otro.
-        No administra bien el dinero, o se queja de su escasez, pues quiere más de lo que puede tener.
-        No admira las cosas buenas de sus iguales. No le gusta que otro prospere.
-        Menosprecia al pobre y al que está en posición social menor.
-        Usa sarcasmos para referirse a los menos favorecidos.
-        Es rápido para encontrar las faltas de otros.

El orgullo es pecado
El orgullo tiene muchas facetas, pero se puede resumir en una frase: “El orgulloso busca su propia gloria, su propia exaltación”; pero al único que le pertenece la gloria y exaltación es a Dios. Por eso Él lo aborrece: “Abominación es a Jehová todo altivo de corazón; ciertamente no quedará impune” Proverbios 16:5; “Ojos altivos y corazón arrogante, lámpara de los impíos; eso es pecado. Proverbios 21:4. El orgullo nace de un corazón que se ama a sí mismo, impidiendo amar a los demás “como a sí mismo”. Es un pecado enraizado en el corazón humano, y por eso el creyente debe mortificarse todos los días de su vida para derrotarlo.

El orgullo se combate con la humildad
“Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” Mateo 23:12
Para vencer el orgullo hay que cultivar la humildad. Obra del Espíritu Santo que nos lleva a tener un profundo sentido de pequeñez, y a reconocer que somos pecadores.
Cuando contemplamos a Cristo y nos comparamos con Él, vemos que no tenemos mucho de qué estar orgullosos pues se hace evidente nuestra miseria. Por eso debemos arrepentirnos delante de Dios, por creernos “tan buenos”, pedir Su gracia para que nos vaya transformando y así, parecernos más a Cristo, modelo por excelencia de la humildad.
En fin, el orgullo es un enemigo poderoso en cualquier relación, pues causa pleitos, división, celos, y atenta contra los conceptos de unidad y servicio, pilares en cualquier relación. 
Dios diseñó el evangelio, y entre sus objetivos al hacerlo, estaba conseguir humildad en el corazón humano. Sin humildad no hay salvación. Nadie podrá disfrutar de los beneficios de la obra redentora de Cristo hasta que reconozca su pecado y su impotencia, y venga humillado a los pies del Señor clamando por misericordia.
Un verdadero creyente estará ocupándose de su santificación y por ello estará librando una lucha permanente con este pecado, pero si asumimos una vida de servicio a nuestro cónyuge y a los demás, “Estimando cada uno a los demás como superiores” 
imitaremos el carácter de Cristo
“No me glorío de mis cosas buenas pues lo único grandioso en mi vida, es que la cruz de Cristo fue hecha a mi favor”.

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