(1) Es la Escritura de quien se dice haber sido inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16), y es la Escritura la que contiene la repetida frase “Así dice el SEÑOR...”. En otras palabras, es la Palabra escrita la que repetidamente es vista como la Palabra de Dios. De ninguna tradición eclesiástica se ha dicho que sea igualmente infalible e inspirada por Dios.
(2) Es la Escritura a quien Jesús y los apóstoles recurrían una y otra vez para la base o defensa de sus acciones y enseñanzas (Mateo 12:3,5; 19:4; 22:31; Marcos 12:10). Hay más de 60 versos en los que se lee “está escrito....” usados por Jesús y los apóstoles para respaldar sus enseñanzas.
(3) Es la Escritura hacia donde la iglesia es encomendada para combatir el error o errores que habrían de surgir (Hechos 20:32). De igual manera, es la palabra escrita la que era consultada en el Antiguo Testamento como fuente de verdad, y sobre la cual se basaba la vida. (Josué 1:8; Deuteronomio 17:18-19; Salmo 1; Salmo 19:7-11; 119; etc.) Jesús dijo que una de las razones por la que los saduceos estaban equivocados, concerniente a la resurrección, es que ellos no conocían las Escrituras (Marcos 12:24)
(4) La infalibilidad jamás se estableció como propiedad exclusiva de aquellos que se convirtieran en líderes de la iglesia, sucediendo a los apóstoles. En ambos Testamentos, Antiguo y Nuevo, se puede ver que algunos líderes religiosos eran responsables de que el pueblo de Dios se extraviara en el error (1 Samuel 2:27-36; Mateo 15:14; 23:1-7; Juan 7:48; Hechos 20:30; Gálatas 2:11-16). En cambio, ambos Testamentos exhortan a la gente a estudiar las Escrituras para determinar lo que es verdadero y lo que es falso (Salmos 19;119; Isaías 8:20; 2 Timoteo 2:15; 3:16-17). Mientras que Jesús enseñó respeto hacia los líderes religiosos (Mateo 23:3), enseñanza que siguieron los apóstoles, tenemos también, el ejemplo de los mismos apóstoles de resistir la autoridad de sus líderes religiosos, cuando estaban en oposición a lo que Jesús había ordenado (Hechos 4:19)
(5) Jesús compara las Escrituras con la palabra de Dios (Juan 10:35). Como contraste, cuando se trata de tradiciones religiosas, Él condena algunas de ellas porque contradicen la Palabra escrita (Marcos 7:1-13). Jesús nunca usó las tradiciones religiosas como soporte a Sus acciones o enseñanzas. Antes de la escritura del Nuevo Testamento, el Antiguo Testamento era la única Escritura inspirada. Sin embargo, había literalmente cientos de “tradiciones” judías registradas en el Talmud (una colección de comentarios compilados por los rabinos judíos). Jesús y los apóstoles seguían tanto el Antiguo Testamento como la tradición Judía. Pero en ninguna parte de la Escritura, Jesús o alguno de los apóstoles se refiere a las tradiciones judías. En cambio, Jesús y los apóstoles sí citan o aluden al Antiguo Testamento cientos de veces. Cuando los fariseos acusaron a Jesús y los apóstoles de “quebrantar las tradiciones” (Mateo 15:2), Jesús les respondió con una reprensión, “...¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?” (Mateo 15:3). La manera en que Jesús y los apóstoles priorizaban y distinguían entre las Escrituras y las tradiciones que tenían, es un ejemplo para la iglesia. Jesús específicamente, reprende el tratar a los “mandamientos de hombres” como doctrinas (Mateo 15:9).
(6) Es la Escritura la que tiene la promesa de infalibilidad; que toda ella sería cumplida. Nunca es dada esta promesa a las tradiciones de la iglesia (Salmos 119:89,152; Isaías 40:8; Mateo 5:18; Lucas 21:33).
(7) Son las Escrituras las que son el instrumento del Espíritu Santo y Su medio, para derrotar a Satanás y cambiar vidas. (Hebreos 4:12; Efesios 6:17).
“... y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2 Timoteo 3:15-17). “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido.” (Isaías 8:20)
“Inmediatamente, los hermanos enviaron de noche a Pablo y a Silas hasta Berea. Y ellos, habiendo llegado, entraron en la sinagoga de los judíos. Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.” (Hechos 17:10-11) Vemos aquí, que la gente judía del pueblo de Berea fue elogiada por corroborar en las Escrituras, las enseñanzas que estaban oyendo de Pablo. Ellos no solo aceptaron las palabras de Pablo como autoritativas; las tuvieron en cuenta comparándolas con la Escritura, y comprobaron que eran verdaderas.
En Hechos 20:27-32, Pablo reconoció públicamente que se levantarían “lobos” y falsos maestros “de vosotros mismos” (dentro de la iglesia). ¿A quién los encomendó? “A Dios y a la palabra de Su gracia”. Él no los encomendó a los “líderes de la iglesia” (ellos eran los líderes de la iglesia), ni a las tradiciones de la iglesia, ni al cuidado de un anciano en particular. En vez de eso, Pablo los dirigió a la Palabra de Dios.
Aunque no hay un verso específico que establezca que solamente la Biblia es nuestra autoridad, la Biblia, una y otra vez, nos da ejemplos de las advertencias de volvernos a la Palabra escrita como nuestra fuente de autoridad. Cuando se trata de examinar el origen de la enseñanza de un profeta o líder religioso, siempre se recurre a la Escritura como la norma seguir.
Mientras que es claramente evidente que la Escritura arguye su propia autoridad, en ninguna parte argumenta que “la autoridad de la tradición sea igual que la de la Escritura”. De hecho, el Nuevo Testamento se muestra más en contra de las tradiciones que a favor de éstas. Eso sí, la Iglesia Católica Romana utiliza un buen número de pasajes bíblicos para dar soporte, y conferir a las tradiciones el mismo valor que tiene la Escritura.
La Iglesia Católica Romana, argumenta que la Escritura fue dada a los hombres por la Iglesia, y que por lo tanto, la Iglesia tiene igual o mayor autoridad que ella. Sin embargo, aún entre los mismos escritores de la Iglesia Católica Romana (del Primer Concilio Vaticano), encontraremos la confesión de que los concilios eclesiásticos que determinaron qué libros debían ser considerados como la Palabra de Dios, no hicieron más que reconocer que el Espíritu Santo ya lo había hecho todo evidente. Esto es, la Iglesia (nuestra Iglesia) no le “confirió” las Escrituras al hombre, sino que simplemente “reconoció” lo que Dios, a través del Espíritu Santo, ya le había dado al mismo hombre. "El que un campesino reconozca a un príncipe y pueda llamarlo por su nombre, eso no le da el derecho de gobernar sobre el reino". De igual manera, un concilio eclesiástico que reconoce qué libros fueron inspirados por Dios, que poseen las características de un libro inspirado por Dios, esto no le concede la misma autoridad que a estos libros.
En resumen, uno no puede encontrar un solo pasaje que diga que “solo la tradición y no la
Palabra escrita, es nuestra única autoridad para la fe y la práctica”. Y al mismo tiempo, lo que también debe ser admitido es que repetidamente, los escritores del Antiguo Testamento, Jesús y los apóstoles, consultaban las Escrituras como su instrumento de guía, y encomendaron hacer lo mismo a cualquiera y a todos los que los siguieran.
No hay comentarios:
Publicar un comentario