Aunque pase por el más oscuro de los valles no temeré peligro alguno porque tú, Señor, estás conmigo; tu vara y tu bastón me inspiran confianza (Salmo 23,4).
Me has preparado un banquete ante los ojos de mis enemigos; has vertido perfume en mi cabeza, y has llenado mi copa a rebosar (Salmo 23, 5). La buena noticia es que Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre. Todavía se deleita enseñando y cuidando a su pueblo, especialmente a los desamparados. Hoy no está presente en su cuerpo físico pero lo está en la Cena del Señor (Mateo 26,26 – 28; Marcos 14,22 – 24; Lucas 22,19 – 20; Juan 6,51 – 58; Hechos 2,42.46; 20,7) y Él ha puesto su Espíritu Santo en cada uno de sus seguidores para enseñarnos todas las cosas (Juan 14,26). Es mediante el Espíritu Santo, como Dios reconcilia nuestro proceder con el suyo y forma una amistad profunda con cada uno de nosotros.
Tu bondad y tu amor me acompañan a lo largo de mis días, y en tu casa, oh Señor, por siempre viviré (Salmo 23, 6). Si oramos y leemos la Escritura todos los días, sentiremos que Jesús nos atrae poderosamente, y anhelaremos experimentar su guía y confiarle nuestras penas y alegrías. Jesús, el Buen Pastor, hará por nosotros todo lo que hizo por las multitudes hace tanto tiempo. No nos cansemos jamás de acudir a Él, porque no hay barrera que Él no pueda superar por grande que sea (Efesios 2,14), y siempre está dispuesto a bendecir, sanar y perdonar.
¡Jesús, Salvador nuestro, nos congregamos delante de ti como ovejas necesitadas de tu protección y cuidado. Guíanos en este día, tan incansablemente como guiaste a tus discípulos. Confiamos en que proveerás para todas nuestras necesidades!
No hay comentarios:
Publicar un comentario