martes, 10 de marzo de 2015

En el museo de la fe: Nosotros

La fe es el eslabón que une nuestras vidas con la de todos los santos a lo largo de la historia. En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. Hebreos 11:6

En el museo de la fe: Nosotros
El eje central de la vida de todos los santos en el capítulo once es, precisamente, el museo de la fe. El autor de la epístola nos dejó, en la entrada al museo, una definición de la fe, para que supiéramos en base a qué criterio reunía a esta galería de ilustres héroes y heroínas.
Una vez dentro del museo, nos presenta el principio universal que une la vida de personas que vivieron en diferentes siglos y distintas circunstancias. De hecho, ese mismo principio nos une a nosotros con Abraham, Moisés, Elías, Amós, Juan el Bautista, Pedro y cientos de figuras a lo largo de 2000 años de historia de la Iglesia. El principio es sencillo pero tajante: sin fe es imposible agradar a Dios.

La fe es el único elemento que no puede estar ausente en la vida del verdadero discípulo.
El término "imposible" se refiere a una absoluta incapacidad, no a una dificultad. Es importante esto, porque algunos nos podemos sentir tentados a creer que la vida espiritual sin fe hace "solo" más complicada nuestra relación con Dios. El autor, sin embargo, opta por expresarse en términos absolutos. Afirmar que es imposible agradar a Dios sin fe, es lo mismo que declarar que el hombre no puede volar por si mismo, o vivir debajo del agua sin la ayuda de sofisticados aparatos. No se trata de algo que se pueda resolver con un poco de esfuerzo y buena disposición. Sencillamente, no está a nuestro alcance lograr esta hazaña (con o sin esfuerzo), porque no hemos sido creados con las capacidades para sobreponernos a los límites que imponen la gravedad o la necesidad de respirar oxígeno.
Del mismo modo, el discípulo que intenta agradar a Dios sin fe se ha propuesto lo imposible. No existe una opción para la vida espiritual que no incluya el ejercicio de la fe. 
¿Cuáles son los dos pilares de esta fe? En primer lugar, debemos creer que Dios es. Esto puede parecer demasiado obvio como para enunciarlo. No obstante, para muchos Dios es una idea, no una persona. Pueden asistir regularmente a la Iglesia, leer la Biblia, ofrendar y hasta compartir el evangelio con otros, pero la forma en que viven delata que no creen que Dios existe, ni que tendrán que rendirle cuentas por sus hechos.
En segundo lugar, se basa en el mensaje insistente de la epístola: poseer la convicción de que Dios responderá a los que lo buscan con insistencia. Es decir, hemos logrado dar el salto en el cual convertimos una doctrina en una convicción personal. Todos creemos que Dios sana, por ejemplo. Pero muchos no creemos que sana cuando es nuestro caso, creemos que lo hace en otros lugares y contextos. Lo mismo ocurre con la convicción de que Dios responde a quienes lo buscan. Sí, afirmamos la validez de esta declaración, pero sencillamente, no creemos, por las razones que sean, que lo va a hacer en nuestro caso particular.
Los que se acercan a Dios deben poseer esa convicción inamovible de que ¡Él me responderá a mí! "Quizás deba insistir por un tiempo, más veces, pero no tengo ninguna duda de que Él me recompensará por esa búsqueda". Esa convicción marca la diferencia entre los que le agradan y los que no le agradan.  

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