lunes, 16 de febrero de 2015

Cuando el problema resulta ser parte de la bendición

Luis salió una tarde a pescar como solía hacerlo todas las semanas cuando, sin estar esperándolo, el cielo se volvió gris y el viento comenzó a arreciar. Al darse cuenta de que venía una fuerte tormenta, decidió regresar a tierra firme pero el motor de su bote se apagó. Por más que trató de encender aquel motor no pudo lograrlo. Trató de llamar para pedir ayuda pero su radio tampoco funcionó. Todo se había puesto ya muy oscuro y no tenía ni idea de donde estaba; los fuertes vientos y la lluvia torrencial lo aterrorizaban.

En medio de aquella gran tempestad clamó a Dios para que le socorriera y le ayudara a salir con vida de ésa. Cuando de repente, las fuertes olas lo arrastraron hasta una isla desértica, donde amarró bien el bote a una roca y se refugió en una cueva. Estaba agradecido de que Dios le había escuchado, le había permitido llegar hasta ese islote sano y salvo. Ahora su plan era simple: esperar en la cueva a que amaneciera y entonces, reparar el motor del bote y zarpar de nuevo hacia su casa. Y cansado de la travesía, se quedó dormido. 
En medio de la noche, se escuchó un fuerte ruido que estremeció la cueva y despertó al pobre Luis, el cual salió corriendo para ver de qué se trataba. ¡Qué frustración tan grande cuando vio lo que había sucedido! Una gran ola había lanzado su bote contra una roca causando una gran explosión. “¡Dios! ¿Por qué a mí?”, decía llorando desconsoladamente… “¿Por qué me haces esto? ¡No es justo! ¿Y ahora qué será de mí?”
Turbado por esa situación, Luis pasó toda la noche llorando mientras veía su bote ser consumido por las llamas. Se decía a sí mismo: “Este es el fin de mi vida, no sé donde estoy, no tengo comida, no tengo forma de comunicarme con nadie y dudo mucho que alguien me vaya a encontrar antes de que muera”. Culpaba a Dios por su desdicha.

Al llegar el amanecer, y mientras seguía llorando y lamentándose, a lo lejos se divisó un barco de la guardia costera que venía acercándose a la orilla. ¡No podía creer lo que veían sus ojos! Se levantó del suelo y corrió hacia la orilla dando gritos de alegría. Al subir al barco y ser recibido por su capitán, lo abrazó fuertemente y le preguntó: “Señor capitán, no comprendo lo que ha sucedido, yo pensaba que mi vida había terminado… que nadie me iba a poder encontrar… ¿Cómo fue que llegó usted hasta aquí?” El capitán le respondió: “Hace unas horas vimos lo que parecía ser una gran explosión en el horizonte y decidimos venir a ver qué había pasado”.

PAZ EN MEDIO DE LA TORMENTA
En nuestras vidas nos enfrentamos a situaciones difíciles; circunstancias que nos atormentan, que nos roban la paz, que incluso nos hacen dudar de Dios. Y nos llegamos a preguntar: ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? Es como si olvidáramos las promesas de Dios.

En estos momentos debemos recordar las palabras del Apóstol Pablo cuando dijo:

Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús. (Filipenses 4:6-7)

Muchas veces, Dios permite estas situaciones difíciles como parte de Su plan de bendición. ¡Si! de bendición. El problema es que como nuestra fe suele depende de lo que vemos, cuando llegan estas situaciones difíciles nos frustramos, nos desesperamos, dudamos de Dios. Actuamos como los discípulos cuando al desatarse una gran tempestad en el mar de Galilea, se dieron cuenta de que Jesús estaba durmiendo y le gritaron: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!”. Estos mismos discípulos que habían visto a Jesús obrar milagros grandiosos, que lo habían identificado como el Hijo de Dios, cuando llegó la tempestad y vieron que sus vidas corrían peligro se aterrorizaron, perdieron la fe, se olvidaron de quién era el que estaba con ellos en la barca. Es por esto que Jesús se levanta y les dice:
  
       ¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe? (Mateo 8:26)
   
Estas mismas palabras nos dice Jesús hoy a nosotros. Aprendamos a descansar en Dios y en Sus promesas y veremos como aún en medio de grandes tormentas, “Jesús se levantará, reprenderá a los vientos y al mar, y nos sobrevendrá una gran calma”.


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