Luis
salió una tarde a pescar como solía hacerlo todas las semanas cuando,
sin estar esperándolo, el cielo se volvió gris y el viento comenzó a
arreciar. Al darse cuenta de que venía una fuerte tormenta, decidió
regresar a tierra firme pero el motor de su bote se apagó. Por más que
trató de encender aquel motor no pudo lograrlo. Trató de llamar para
pedir ayuda pero su radio tampoco funcionó. Todo se había puesto ya muy oscuro y no tenía ni idea de donde estaba; los fuertes vientos y la lluvia torrencial lo aterrorizaban.
En medio de aquella gran tempestad clamó a Dios para que le socorriera y le ayudara a salir con vida de ésa. Cuando de repente, las fuertes olas lo arrastraron hasta una isla desértica, donde amarró bien el bote a una roca y se refugió en una cueva. Estaba agradecido de que Dios le había escuchado, le había permitido llegar hasta ese islote sano y salvo. Ahora su plan era simple: esperar en la cueva a que amaneciera y entonces, reparar el motor del bote y zarpar de nuevo hacia su casa. Y cansado de la travesía, se quedó dormido.
En medio de la noche, se escuchó un fuerte ruido que estremeció la cueva y despertó al pobre Luis, el cual salió corriendo para ver de qué se trataba. ¡Qué frustración tan grande cuando vio lo que había sucedido! Una gran ola había lanzado su bote contra una roca causando una gran explosión. “¡Dios! ¿Por qué a mí?”, decía llorando desconsoladamente… “¿Por qué me haces esto? ¡No es justo! ¿Y ahora qué será de mí?”
En medio de aquella gran tempestad clamó a Dios para que le socorriera y le ayudara a salir con vida de ésa. Cuando de repente, las fuertes olas lo arrastraron hasta una isla desértica, donde amarró bien el bote a una roca y se refugió en una cueva. Estaba agradecido de que Dios le había escuchado, le había permitido llegar hasta ese islote sano y salvo. Ahora su plan era simple: esperar en la cueva a que amaneciera y entonces, reparar el motor del bote y zarpar de nuevo hacia su casa. Y cansado de la travesía, se quedó dormido.
En medio de la noche, se escuchó un fuerte ruido que estremeció la cueva y despertó al pobre Luis, el cual salió corriendo para ver de qué se trataba. ¡Qué frustración tan grande cuando vio lo que había sucedido! Una gran ola había lanzado su bote contra una roca causando una gran explosión. “¡Dios! ¿Por qué a mí?”, decía llorando desconsoladamente… “¿Por qué me haces esto? ¡No es justo! ¿Y ahora qué será de mí?”
Turbado
por esa situación, Luis pasó toda la noche llorando mientras veía
su bote ser consumido por las llamas. Se decía a sí mismo: “Este es
el fin de mi vida, no sé donde estoy, no tengo comida, no tengo forma de
comunicarme con nadie y dudo mucho que alguien me vaya a encontrar
antes de que muera”. Culpaba a Dios por su desdicha.
Al llegar
el amanecer, y mientras seguía llorando y lamentándose, a lo lejos se
divisó un barco de la guardia costera que venía acercándose a la orilla.
¡No podía creer lo que veían sus ojos! Se levantó del suelo y corrió
hacia la orilla dando gritos de alegría. Al subir al barco y ser
recibido por su capitán, lo abrazó fuertemente y le preguntó: “Señor
capitán, no comprendo lo que ha sucedido, yo pensaba que mi vida había
terminado… que nadie me iba a poder encontrar… ¿Cómo fue que llegó usted
hasta aquí?” El capitán le respondió: “Hace unas horas vimos lo que parecía ser una gran explosión en el horizonte y decidimos venir a ver qué había pasado”.
PAZ EN MEDIO DE LA TORMENTA
En
nuestras vidas nos enfrentamos a situaciones difíciles; circunstancias
que nos atormentan, que nos roban la paz, que incluso nos hacen dudar de
Dios. Y nos llegamos a preguntar: ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? Es como si olvidáramos las promesas de Dios.
En estos momentos debemos recordar las palabras del Apóstol Pablo cuando dijo:
Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús. (Filipenses 4:6-7)
Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús. (Filipenses 4:6-7)
¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe? (Mateo 8:26)
Estas
mismas palabras nos dice Jesús hoy a nosotros. Aprendamos a descansar en
Dios y en Sus promesas y veremos como aún en medio de grandes tormentas, “Jesús se levantará, reprenderá a los vientos y al mar, y nos sobrevendrá una gran calma”.
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