Es importante y necesario que todos los seres humanos tengamos y nos ajustemos a una disciplina. De hecho, algunas personas ya procuran tener disciplina en su propia vida; a la hora de levantarse, en el aseo personal, en su casa, en su trabajo, sus actividades, etc. Se dice que son disciplinados.
Y ya en el orden espiritual, Dios nos da dos disciplinas: una preventiva y otra correctiva. La preventiva es la que oímos en los sermones o lecciones. Se nos indica lo que debemos hacer y lo que Dios no desea que se haga. Se dice que si se violan los principios de la doctrina, Dios nos castigará. Por ejemplo, el padre que disciplina a su hijo es porque lo ama. Debe primero, enseñarle cómo debe ser su forma de vivir, y en caso contrario, castigarlo. Esto es la disciplina correctiva.
Los padres suelen usar la disciplina correctiva, y pocas veces la preventiva. Pero los cristianos debemos oír la disciplina preventiva y después, reconocer que si no obedecemos, tendremos un castigo por parte de Dios.
En la reunión de la iglesia, se dice, a la hora que se inicia el acto, se añade que debemos tener una actitud de reverencia al oír el mensaje y no distraernos con nada. Guardar silencio al oír el mensaje, reverencia al tomar la comunión etc. La ropa que usamos para venir a la adoración también muestra una disciplina. Adorar a Dios es lo más importante, por lo tanto, nuestro arreglo personal debe ser digno.
En cada momento de nuestra vida, seguimos una disciplina. Pero cuando el cristiano se rebela contra la disciplina, se suele portar mal tanto en la adoración a Dios como en su vida personal. Si andamos en chismes y en calumnias, no respetamos nada, y ello causa malestar entre los hermanos, por lo que se debe aplicar la disciplina correctiva.
Ananías y Safira tuvieron una disciplina correctiva terrible, que fue la muerte por su mentira. En la disciplina correctiva se debe reprender a los hermanos por su mal comportamiento. Dice 1 Timoteo 5.20: “A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman”. Tito 2.15: “Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie”.
También, a estos indisciplinados, se les debe apartar de la comunión. Romanos 16.17: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos”.
1 Corintios 5.11: “Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis”.
2 Tesalonicenses 3.14: “Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo, y no os juntéis con él, para que se avergüence”.
Como cristianos que anhelamos la vida eterna, debemos apegarnos a la disciplina del Señor, oírla constantemente y aceptarla para que podamos ser dignos de la gracia y misericordia de Dios.
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