domingo, 16 de noviembre de 2014

¿Hay un Propósito en el Sufrimiento?

Algunos cosas en la vida son inevitables, y el sufrimiento es una de ellas. Ninguno de nosotros puede escapar de él completamente. El dolor puede ser de carácter físico o mental. Se ve de diferentes formas y en diferentes grados. Nosotros sufrimos a causa de nuestros propios errores, ignorancia o pecados. También sufrimos por causa de los errores de otros.
Así como hemos de aceptar la universalidad del sufrimiento, también tenemos que reconocer que el camino del mismo no es fácil. Esto es así porque cada persona responde de forma diferente e impredecible ante la experiencia del dolor.
Aunque el sufrimiento es un hecho doloroso y común de la vida, no debemos concluir que éste no tiene ningún valor positivo. Por el contrario, el sufrimiento es frecuentemente usado por Dios para el bien.
Valor correctivo
Por alguna razón el sufrimiento humano tiene un valor correctivo. Puede ser una señal que nos 
previene cuando andamos por un camino erróneo, una señal que llega oportunamente para que cambiemos.
Un hombre sabio no se opone a la amonestación sino que saca ventaja de la misma. “No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere(Proverbios 3.11,12). Si consideramos oportuno el acto disciplinario de un padre amante cuando trata de corregir a su hijo, sacaremos un mejor provecho del dolor.
Además, el sufrimiento no es siempre resultado del pecado, incluso cuando así lo parezca, no tiene por qué ser la causa del mismo. El sufrimiento o dolor experimentado no es simplemente castigo. Puede ser correctivo dado que el sufrimiento no es normalmente, comprendido, pero, al mismo tiempo, puede servir para un buen propósito, y tenemos que buscar la manera de aceptarlo.

Fortaleza en la debilidad

En el capítulo doce de 2 Corintios, Pablo escribe acerca de sus tribulaciones. Él suplica a los cristianos de Corinto, que tomen en cuenta su propia experiencia y que no presten oídos a chismes que pululan para desacreditarlo.
Después parece que hay una pausa en el mensaje y las siguientes palabras fueron posiblemente, escritas con más detenimiento, ya que Pablo se expresa personalmente. “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero  de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 2.7-10).
Pablo sufría porque tenía una debilidad o impedimento físico. Se trataría, seguramente, de un padecimiento similar al que todos hemos sufrido. Oró a Dios para que le fuera quitado, pero Dios no lo quiso así. Era algo que debía soportar por el resto de su vida. Pablo aprendió, entonces, a vivir contento con debilidades, insultos, peligros, persecuciones... También aprendió que cuando se sentía “débil”, realmente se hacía “fuerte”.
No consideró su miseria como una “bendición disfrazada”. No la empolvó ni la roció con perfume hasta que oliera a rosa. Más bien declaró directamente “me fue dado un aguijón en mi carne”. Nosotros también debemos afrontar nuestro sufrimiento provechosamente. La Biblia dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8.28).
No todas las cosas son buenas, pero ayudan a bien. El sufrimiento puede desarrollarnos y hacernos maduros, si lo aceptamos como una experiencia de enseñanza. También puede humillarnos para ayudarnos a comprender lo impotentes que somos. Entonces, como Pablo, podemos recibir fortaleza de Dios para vencer o para aceptar lo que no puede ser cambiado.

Cómo considerar el sufrimiento
Tiempo atrás, una aldea en Alabama, EE.UU., tenía de nombre “Empresa”. La gente erigió un monumento al gorgojo mexicano, un insecto. Cuando en 1895 el bicho apareció por primera vez, la producción anual de algodón fue reducida a menos de la mitad. Desesperados, los productores de algodón tuvieron que dedicarse a otros cultivos. Así se comenzó a producir maíz, patatas, y sobre todo, maní. La aldea vino a ser conocida como “la capital del maní del mundo”. ¿Lo vemos?
La inscripción, en el monumento dice:
En profundo aprecio al Gorgojo Picudo, por lo que ha hecho en bien de la prosperidad, este monumento es erigido por los pobladores de Empresa, Alabama.

De los tiempos más duros esta gente obtuvo su fortaleza más grande. Erigieron un monumento a la "miseria". Entonces, necesitamos preguntarnos a nosotros mismos: ¿No habrán sido algunas de nuestras miserias, algo así como el lugar y el tiempo en el que hubo un notable cambio en nuestras vidas? ¿No se esconderá en cada dificultad una posibilidad, un potencial divino que nunca hemos soñado?
Consideremos pues, que lo que nos suceda no es tan importante como la manera en que reaccionamos ante ello. Por ejemplo, dos personas pueden perder la vista accidentalmente; la primera se vuelve inhibida, resentida, amarga; vive una vida miserable e infeliz que también afecta a los que lo rodean. Mientras que la segunda persona aprende a aceptar la pérdida, se ejercita en el braille y vive con éxito a pesar de sus limitaciones. La diferencia está en la manera de ver cualquier cosa y especialmente, el sufrimiento.
Tendemos a buscar soluciones fáciles para los complejos problemas de la vida, y eso de que “…fueron felices” no es totalmente apropiado para muchas situaciones de la vida real. Muchos hogares y matrimonios están en una situación deplorable, muchos niños inocentes sufren, hay males tanto físicos como mentales y también tenemos pobreza, guerra e inestabilidad racial. Estas cosas no pueden negarse. Hagamos una mejora en estas áreas acercándonos e involucrándonos personalmente. Pero si el problema no puede ser resuelto, aceptémoslo y saquemos provecho del mismo.
Puede ser que en el sufrimiento, en la enfermedad, en la soledad o ansiedad, estemos sin lo que queremos para que Dios nos dé lo que necesitamos. Hay que recordar que Dios le dijo a Pablo: “Bástate mi gracia”. Una mujer sabia dijo: “Si estoy condenada a sufrir por el resto de mi vida, he resuelto usar ese sufrimiento para hacer de mí una persona mejor”. Ella desarrolló un propósito para su sufrimiento y no sufrió en vano. Nosotros también podemos aprender a sufrir con un propósito.


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