lunes, 29 de septiembre de 2014

Sin apariencias…

Siempre me he caracterizado por ser bastante reservado en mi vida personal. En general, muy poca gente conoce de mi vida privada; solo quienes son de mucha confianza conocen algunos antecedentes, pero no completamente. Parte de este hermetismo se debe a que me gusta mucho alegrar a quienes me rodean y a veces, pienso que si saben que estoy tan triste como ellos, no va a generarse el efecto que espero en sus vidas. Sí, soy un ser un poco especial.

Dentro de mis procesos de madurez, he tenido que ir aprendiendo a contar un poco más lo que me pasa y aprender a pedir ayuda. Esto se conoce como “activar posibilidades”. Lo explico mejor; si por ejemplo necesito conseguirme un libro, llamo a todas las personas que podrían tenerlo, publico en facebook y le pido a mis amigos que pregunten a los suyos si lo tienen, hasta que lo consigo. En estas cosas soy muy eficiente, pero muchas veces no lo soy tanto en gestionar otro tipo de cosas para mí mismo.

Desde hace algunas semanas estoy atravesando un proceso difícil, que me ha hecho derramar lágrimas más de una vez. El “antiguo yo” mentiría diciendo que está bien cuando le preguntan, evitaría llorar en público y no aceptaría ningún gesto de “empatía” porque no querría molestar ni incomodar a nadie. El “nuevo yo” entendió que la única manera de sentirse mejor es contando lo que me pasa, a personas que tengan la capacidad de escucharme y contenerme emocionalmente. El “nuevo yo” le pide a sus amigos que lo acompañen y expresa lo que hay en su corazón. Pero lo más maravilloso de este “nuevo yo” es que es capaz de llorar como un niño, asumir su pena y pedirle a Dios que sane y restaure su corazón. Esta es una novedad…aunque tú no lo creas.
En algún momento de mi vida fui de esas personas que quieren molestar lo menos posible y no causarle problemas a nadie, sólo soluciones. Incluso pensaba que así mismo obraba con Dios, pero Él me demostró que no era, ni debía ser así.

Lo más extraordinario de haber conocido a Dios, es que he conocido a alguien con quien puedo llorar hasta que no me queden lágrimas; alguien que no encuentra que exagero ni se aburre de escuchar mis lamentos. He conocido a alguien con quien no tengo que aparentar algo que no soy, con quien no tengo por qué “hacerme” el fuerte porque Él lo es por mí. Y esa sensación de ser tal cual soy con al menos, una “persona” en el mundo, ¡ha sido liberadora!


¿Qué te parece empezar a experimentar la maravillosa libertad que tienes para ser tú mismo/a con Cristo? ¡No te vas a arrepentir, toma el desafío! ¡Es PURA libertad!


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