Eclesiastés 3:1 “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.” RVR.
Su nombre era Javier, un niño que desde muy pequeño tuvo un solo sueño: convertirse en un futbolista de talla internacional.
Sus papás, al ver la tenacidad y el gran anhelo que tenía su pequeño hijo, decidieron llevarlo a hacer algunas pruebas en un club de fútbol, pero no a cualquiera sino a uno de los más importantes de su país, el cual no aceptaba a nadie que no tuviera talento. Después de algunas semanas, su nombre apareció en la lista de admitidos.
Poco a poco, Javier fue formándose de manera profesional llegando a destacar del resto de sus compañeros, pero no fue sino hasta mediados del año 2005, cuando se le presentó la oportunidad de acudir a un campeonato internacional para representar a su país.
Aunque puso todo su esfuerzo y empeño para que lo eligieran, su nombre nunca apareció en la nómina de convocados.
Aunque puso todo su esfuerzo y empeño para que lo eligieran, su nombre nunca apareció en la nómina de convocados.
Siendo aún adolecente, Javier se sintió frustrado y triste, por haberse empeñado tanto en algo en lo que creía que era bueno, pero que parecía que los demás no lo notaban.
Todos los días veía como ese grupo de compañeros avanzaba en los entrenamientos, y pasaba la eliminatoria, y aunque trataba de sentirse feliz por ellos, había algo en su corazón que le provocaba tristeza al no haber sido elegido.
Ese equipo llegó a ganarse un lugar en la gran final y para ese momento, muchas personas decidieron viajar para apoyarlo, entre ellos los abuelitos de Javier, quienes tuvieron que convencerlo para que los acompañara. Estando presente en el estadio, vio como sus amigos no sólo jugaron un buen partido, sino que terminaron dándole el triunfo por primera vez a su país, en una competición de esa clase.
Las lágrimas rodaron por sus ojos y un nudo de impotencia en la garganta se formaba, al pensar que él podría haber sido parte de ese equipo. Su abuela se dio la vuelta para verlo y solo pudo abrazarlo para darle consuelo y, mientras le limpiaba las lágrimas de frustración, le dijo: “Hijo, no llores, este no era tu tiempo… los tiempos de Dios son otros y son perfectos… Él te tiene algo muy hermoso”.
Tras ese momento duro en su vida, continuó con su carrera. A los 17 años hizo su debut jugando para el equipo profesional, junto a personas que tenían entre 21 y 34 años. Con ese reto anotó algunos goles pero, sin duda, su rendimiento había decaído y aunque ponía mucho esfuerzo, nada le salía bien; parecía que todos le habían dado la espalda y poco a poco, algunos compañeros se iban, contratados por otros equipos más grandes.
Pasaron algunos años más sin que las cosas mejoraran y en un determinado momento, pensó en dejarlo todo. Pero al recordar las palabras que le había dicho su abuela algunos años atrás, cobró ánimo y se levantó, decidido a poner todo el esfuerzo en lo que hacía en las manos de Dios.
Poco a poco comenzó a recuperar su condición física anterior, pero nunca imaginó que había ojos que estaban atentos a lo que hacía. En el verano del año 2010, un equipo de la ciudad de Manchester en Inglaterra, decidió contratarlo para que formara parte de sus filas. Javier “Chicharito” Hernández, estaba cumpliendo su sueño y en 2011, fue nombrado el mejor jugador del año para la liga inglesa. Actualmente, habiendo sido cedido por su equipo de Manchester, juega en el Real Madrid, y el día de su debut marcó dos goles.
Todos los días veía como ese grupo de compañeros avanzaba en los entrenamientos, y pasaba la eliminatoria, y aunque trataba de sentirse feliz por ellos, había algo en su corazón que le provocaba tristeza al no haber sido elegido.
Ese equipo llegó a ganarse un lugar en la gran final y para ese momento, muchas personas decidieron viajar para apoyarlo, entre ellos los abuelitos de Javier, quienes tuvieron que convencerlo para que los acompañara. Estando presente en el estadio, vio como sus amigos no sólo jugaron un buen partido, sino que terminaron dándole el triunfo por primera vez a su país, en una competición de esa clase.
Las lágrimas rodaron por sus ojos y un nudo de impotencia en la garganta se formaba, al pensar que él podría haber sido parte de ese equipo. Su abuela se dio la vuelta para verlo y solo pudo abrazarlo para darle consuelo y, mientras le limpiaba las lágrimas de frustración, le dijo: “Hijo, no llores, este no era tu tiempo… los tiempos de Dios son otros y son perfectos… Él te tiene algo muy hermoso”.
Tras ese momento duro en su vida, continuó con su carrera. A los 17 años hizo su debut jugando para el equipo profesional, junto a personas que tenían entre 21 y 34 años. Con ese reto anotó algunos goles pero, sin duda, su rendimiento había decaído y aunque ponía mucho esfuerzo, nada le salía bien; parecía que todos le habían dado la espalda y poco a poco, algunos compañeros se iban, contratados por otros equipos más grandes.
Pasaron algunos años más sin que las cosas mejoraran y en un determinado momento, pensó en dejarlo todo. Pero al recordar las palabras que le había dicho su abuela algunos años atrás, cobró ánimo y se levantó, decidido a poner todo el esfuerzo en lo que hacía en las manos de Dios.
Poco a poco comenzó a recuperar su condición física anterior, pero nunca imaginó que había ojos que estaban atentos a lo que hacía. En el verano del año 2010, un equipo de la ciudad de Manchester en Inglaterra, decidió contratarlo para que formara parte de sus filas. Javier “Chicharito” Hernández, estaba cumpliendo su sueño y en 2011, fue nombrado el mejor jugador del año para la liga inglesa. Actualmente, habiendo sido cedido por su equipo de Manchester, juega en el Real Madrid, y el día de su debut marcó dos goles.
Sin duda, hay algo hermoso que Dios tiene preparado para los que esperan en Él, porque las bendiciones son más agradables cuando llegan en el momento exacto.
Eclesiastés 3:11 “Él, en el momento preciso, todo lo hizo hermoso…” Versión DHH
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