sábado, 8 de marzo de 2014

Del palacio al desierto

Moisés tuvo que ir al desierto para ver la zarza arder y escuchar la voz de Dios. 
Pero… ¿hay alguna razón para ir al desierto? ¡Absolutamente ninguna! Es el Gran y Sublime YO SOY quien se presentó ante el formidable líder, Moisés, para llamarle y prepararle para su misión: del palacio al desierto. 

Los cuarenta años de Moisés en el desierto transformaron su vida. No hubiera sido quien fue ni hubiera hecho lo que hizo sin ellos.
Igualmente, muchos de nosotros nos hemos tenido que quemar en las arenas de un desierto, o estamos sufriendo hoy el calor de las arenas del mismo. No es fácil ni agradable, porque a veces la angustia, el dolor, incluso el temor, ganan terreno a la esperanza y la fe.

Sin embargo, nuestras vidas están expuestas ante nuestros semejantes. Hay personas a nuestro alrededor que necesitan que alguien las saque de la esclavitud de su propio Egipto. Y a menos que venga alguien transformado por el Poder de Dios, y abra las aguas del mar para que puedan escapar del poder del faraón de este mundo y ponerse a cobijo bajo las alas del Altísimo, eso no va a ocurrir. El pueblo de Israel no pudo salir por sí mismo. Éstas tampoco. Y para eso estamos nosotros, esa es nuestra misión.

Muchas veces nos ha tocado quemarnos en las arenas de un desierto. No es necesario protagonizar grandes epopeyas como la de Moisés. Es nuestro vecino, un compañero de trabajo, el pariente… o quien menos podamos imaginar, quien está contemplando los pasos de nuestra vida y esperando ver la manifestación de algo de Dios en ella.

Con frecuencia cuesta asumir este hecho. A Moisés le costó. No es de extrañar que quienes hemos sido llamados a ser de bendición entre nuestros semejantes o próximos a ellos, tengamos que ir al desierto para poder ver la zarza arder y escuchar la voz de Dios. Y en esto estamos incluidos todos, sin importar la posición social, ni la económica, cultura, conocimientos, edad, o el cargo en una iglesia o en la comunidad donde vivimos nuestros días.

Hemos sido llamados tal como somos y donde estamos. Pero es necesario que seamos transformados por el poder de Dios. Si hoy te quemas en las arenas de un desierto, aunque sufras y no lo entiendas, es porque has sido llevado a tu desierto y llamado para eso. Moisés abandonó el palacio tras un asesinato, tras un pecado. Si vamos a un desierto de la vida, aunque no hayamos matado a nadie, es por la misma causa: por la necesidad de ser apartados del pecado y transformados para la misión.

Amad@ herman@: hemos sido llamados a ser bendición de Dios en esta tierra a pesar de lo que pensemos. Con nuestros días brillantes y con nuestros días negros, con virtudes y defectos, cada uno de nosotros es un “Moisés” para alguien que necesita ser liberado de su esclavitud.

Moisés tuvo que ir al desierto para poder ver la zarza arder 

y escuchar la voz de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario