Israel estuvo bajo el control del imperio persa, del 532 al 332 a.C. Los persas permitieron a los judíos practicar su religión con poca interferencia por su parte. Incluso les fue permitido reconstruir templos y tener adoración en los mismos (2 Crónicas 36:22-23; Esdras 1:1-14). Tiempo de relativa paz y contentamiento, fue solo la calma antes de la tormenta.
Alejandro el Grande desafió a Darío de Persia, imponiendo el gobierno griego al mundo. Alejandro fue un discípulo-estudiante de Aristóteles, y fue bien educado en la filosofía y política griega. Ordenó que la cultura griega fuera impuesta en cada territorio que conquistaba, y como resultado, el idioma hebreo del Antiguo Testamento fue traducido al griego, convirtiéndose en la traducción conocida como la Septuaginta. La mayor parte de las referencias del Nuevo Testamento a las Escrituras del Antiguo Testamento, utilizan el estilo de la Septuaginta. Alejandro permitió la libertad religiosa a los judíos, aunque aún promovía los estilos de vida griegos. Este no supuso un buen giro de los acontecimientos para Israel, puesto que la cultura griega era muy mundana, humanista e impía y por lo tanto, una amenaza para la religión de Israel.
Después de la muerte de Alejandro, Judea fue gobernada por una serie de sucesores, culminando con Antíoco Epífanes. Antíoco fue más lejos de refutar la libertad religiosa para los judíos. Cerca del 167 a.C., abolió la legítima línea del sacerdocio, y profanó el templo contaminándolo con animales impuros y un altar pagano (Marcos 13:14). Esto fue el equivalente religioso a una violación. Eventualmente, la resistencia judía contra Antíoco, restauró el linaje sacerdotal y rescató el templo. Pero a esto le siguió un período de más guerra, violencia y luchas internas.
Pero cerca del 63 a.C., Popeyo de Roma conquistó Palestina, poniendo a toda Judea bajo el control de los césares. Temporalmente, esto condujo a que el emperador romano y el senado pusieran a Herodes como rey de Judea. Esta sería la nación que cobraría impuestos y controlaría a los judíos, y eventualmente, ejecutarían al Mesías en una cruz romana. Las culturas romana, griega y hebrea ahora estaban mezcladas juntamente en Judea, con la común utilización de los tres idiomas.
Durante el período de la ocupación griega y romana, emergieron dos importantes grupos político-religiosos. Los fariseos, quienes añadieron a la ley tradicional, la ley de Moisés a través de la tradición oral, y eventualmente, considerando sus propias leyes más importantes (Marcos 7:1-23). Mientras, las enseñanzas de Cristo, aunque ciertamente concordaban con las de los fariseos, estaban en contra de su legalismo vacío y falta de compasión. Los saduceos, segundo grupo, representaban a los ricos y aristócratas. Los saduceos, quienes ejercían el poder a través del Sanedrín, algo equivalente a la Suprema Corte, rechazaban todos los libros bíblicos menos los libros mosaicos (de Moisés) del Antiguo Testamento. Ellos se negaban a creer en la resurrección, y eran generalmente sombras de los griegos, a quienes admiraban grandemente.
Esta catarata de eventos que supusieron la escena de la llegada de Cristo, tuvo un profundo impacto sobre el pueblo judío. Tanto los judíos como los paganos de otras naciones, se sentían cada vez más insatisfechos con la religión. Los paganos comenzaban a cuestionar la validez del politeísmo. Los romanos y griegos fueron guiados de sus mitologías hacia las Escrituras hebreas, ahora fácilmente accesibles en griego o latín. Sin embargo, los judíos estaban desanimados. Una vez más, estaban conquistados, oprimidos y contaminados. La esperanza se estaba agotando y su fe estaba aún más baja. Estaban convencidos que ahora, solo una cosa podría salvarlos a ellos y a su fe: la llegada del Mesías.
El Nuevo Testamento nos cuenta la historia de cómo llegó la esperanza, no solo para los judíos sino para el mundo entero. El cumplimiento de las profecías de Cristo fue anticipado y reconocido por muchos de los que lo vieron. Las historias del centurión romano, los reyes de oriente, y el fariseo Nicodemo, muestran cómo Jesús fue reconocido como el Mesías por aquellos que vivieron en Sus días. “Los 400 años de silencio” llegaron a su fin mediante la historia más grande jamás contada – ¡el Evangelio de Jesucristo!
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