domingo, 28 de diciembre de 2014

Navidad es salvación

“Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer, sometido a la ley de Moisés” (Gálatas 4:4)
Hablar de Navidad es hablar de salvación. Si hiciéramos una encuesta entre las personas que no conocen a Dios, preguntándoles qué es la salvación y de qué necesitan ser salvados, las respuestas podrían ser como estas:
Necesito ser libre de las deudas que tengo.
De trabajar tantas horas y ganar poco dinero.
Libre de la inseguridad en el lugar donde vivo.
De mi pasado, que me tiene atado.
De mis enemigos.
Pero la salvación es mucho más. No sólo somos salvados de algo malo, sino que somos salvados para algo bueno. Dios tiene un propósito extraordinario y un plan para bendecir tu vida. La salvación también significa que recibes la libertad y el poder para cumplir el propósito de tu vida.
El anuncio de la salvación para todo aquel que quiera aceptarlo, es la segunda declaración en el mensaje de buenas noticias que el ángel les da a los pastores de Belén en la primera Navidad: Hoy les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor (Lucas 2:11 NVI).
Este Salvador es para ti. Él vino por tu bien. 
Jesús es un Salvador personal. ¿Qué significa esto? Es probable que no hayas pensado mucho en tu necesidad de un Salvador o de qué necesitas ser salvado. Cuando la gente piensa en la salvación espiritual, con frecuencia tiene un concepto muy estrecho: piensan que la salvación solo consiste en salvarse del infierno. Sin embargo, cuando Dios envió a Jesús para que fuera nuestro Salvador, tenía en mente mucho más que eso. El regalo de la verdadera salvación de Dios además de eso, es la libertad, el propósito y la vida en tres dimensiones. Incluye tu pasado, tu presente y tu futuro.
Jesús te salva de algo.
Jesús te salva para algo.
Jesús te salva por algo.
Jesús vino a salvarte del pecado y de ti mismo. ¿Sabes que tú eres la causa de la mayoría de tus problemas? Incluso cuando otras personas te causan problemas, tu respuesta natural con frecuencia los empeora. Si fueras sincero contigo mismo, reconocerías que tienes hábitos que no puedes romper, pensamientos que no deseas tener, emociones que no te gustan, e inseguridades y temores que no puedes ocultar; sin mencionar los remordimientos y los resentimientos que te tienen atrapado, además de todas aquellas cosas que nunca desearías haber dicho.
Pero para que se produzca un cambio, éste debe comenzar en tu corazón.
Todos nacemos con la inclinación natural de seguir nuestro propio camino en lugar del camino de Dios. Esta tendencia a elegir de forma equivocada, en lugar de tomar las decisiones correctas, se llama pecado. Pecado es cualquier pensamiento o acción que le niega a Dios el primer lugar en la vida; un lugar que Dios tiene todo el derecho de ocupar. El pecado es nuestro mayor problema, y es un problema universal. Pecamos todos los días con nuestras palabras, pensamientos o acciones. La Biblia dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso”.
Pero lo peor es que el pecado crea hábito. Cuanto más lo hacemos, más fácil nos resulta. Si alguna vez trataste de abandonar una adicción, como mantenerte a dieta, o cambiar tu vida apoyándote solo en tu fuerza de voluntad, sabes lo frustrante que es. Consciente o inconscientemente, nuestras acciones proclaman: ¡No necesito a Dios, quiero regir mi propia vida y ser mi propio Dios!
Siempre que uno hace lo que quiere en lugar de hacer lo que Dios le dice que haga, actúa como si fuera Dios. Esa lucha con Dios crea enormes conflictos y estrés en la mente, en el cuerpo y en las relaciones. Esta actitud de obstinación orgullosa hace que te desconectes de Dios y te sientas lejos de Él y que tus oraciones reboten en el techo. Y si te sientes lejos de Dios,... ¿quién se ha distanciado?
La Biblia dice: “El problema está en que sus pecados los han separado de Dios”. Nuestra desconexión de Dios nos causa preocupación, temor, ansiedad, confusión, depresión, conflicto, desaliento y vacío interior. Nos lleva a actuar de una manera cuya consecuencia genera culpa, vergüenza, resentimiento y pesar. Pero Dios no te creó para que vivieras desconectado de Él, por eso cuando esto ocurre, sufres tensión y te sientes espiritualmente vacío.
¿Y quién puede salvarnos? El gobierno no puede; tampoco las empresas privadas ni los centros académicos pueden salvarnos. Estas entidades solo van a ocuparse de los síntomas y resultados visibles del pecado, pero... cualquier solución duradera debe empezar en el corazón, y solo Dios puede transformar los corazones. Él sí puede salvarte. Él desea hacerlo. ¿Se lo permitirás?

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