JUAN 11:38-44 ”Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima. Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir.”
Hace unos años, un joven de dieciocho años y un amigo partieron del archipiélago de Nueva Caledonia, Oceanía, en un bote de motor con el fin de disfrutar de un paseo y pescar en las azules aguas del Pacífico Sur. Horas después, el paseo se convirtió en drama y en tragedia cuando se desató una tormenta; una enorme ola arremetió contra el bote, el cual zozobró y ambos cayeron al agua. El amigo desapareció casi inmediatamente en el inmenso océano infestado de tiburones, pero él sintió que un cuerpo frío y viscoso lo levantaba y lo llevaba cargado. Era una enorme raya marina que estaba debajo de él y que nadó una distancia de más de 700 kilómetros durante 13 días con él, hasta depositarlo, exhausto y casi moribundo en la playa de una isla, de donde más tarde fue rescatado.
Hace unos años, un joven de dieciocho años y un amigo partieron del archipiélago de Nueva Caledonia, Oceanía, en un bote de motor con el fin de disfrutar de un paseo y pescar en las azules aguas del Pacífico Sur. Horas después, el paseo se convirtió en drama y en tragedia cuando se desató una tormenta; una enorme ola arremetió contra el bote, el cual zozobró y ambos cayeron al agua. El amigo desapareció casi inmediatamente en el inmenso océano infestado de tiburones, pero él sintió que un cuerpo frío y viscoso lo levantaba y lo llevaba cargado. Era una enorme raya marina que estaba debajo de él y que nadó una distancia de más de 700 kilómetros durante 13 días con él, hasta depositarlo, exhausto y casi moribundo en la playa de una isla, de donde más tarde fue rescatado.
¿Sería este un hecho extraordinario producto de una increíble casualidad? ¿O sería un milagro? ¿Por qué no un milagro? De vez en cuando ocurren en el mundo, sucesos que parecen no tener explicación alguna. Muchos de estos incidentes asombrosos, como los de personas que se salvan en naufragios, o escapan en medio de incendios impetuosos, o se recuperan de accidentes increíbles o de enfermedades supuestamente incurables, son obra de Dios, que responde a las oraciones de sus hijos.
Quizás DIOS lo permite así para enseñarle a este mundo científico, incrédulo y burlón que es este planeta en el que vivimos, que hay algo más que fórmulas matemáticas frías y exactas. También hay un Dios todopoderoso que tiene bajo Su control toda una gama de hechos sobrenaturales, acontecimientos “misteriosos”, sucesos inexplicables ante los cuales la orgullosa razón humana tiene que ceder y decir: “No lo entiendo”.
¿Cómo dividió Moisés las aguas del mar Rojo? ¿Cómo estuvo Jonás tres días y tres noches en el vientre de un gran pez? ¿Cómo multiplicó Jesucristo los panes y los peces? A través de toda la Biblia leemos acerca de estos portentosos milagros de DIOS.
El pasaje anterior nos cuenta cómo Lázaro pudo salir del sepulcro sano y en buen estado, después de cuatro días muerto y oliendo mal, en respuesta a la llamada de Jesús. La razón seguirá diciendo: “No lo entiendo”, pero la fe puede declarar: “No lo entiendo, pero lo creo”. Esta es la clave: CREER. Así le dijo el Señor a Marta, la hermana de Lázaro: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de DIOS?”
Puede ser que te encuentres en una situación muy difícil. Quizás pienses que no tiene solución. Pero, ¿crees que puede ser más difícil que la situación de Moisés, o la de Jonás, o la de Lázaro, o la de aquel joven, o la de tantos hombres y mujeres en la Biblia y en la historia de la humanidad que fueron receptores de verdaderos milagros? No olvides que “nada hay imposible para Dios.” (Lucas 1:37).
DIOS puede y quiere hacer milagros en cada uno de nosotros. Lo único que tenemos que hacer es clamar a ÉL desde el fondo de nuestra desesperación, y creer de todo corazón, que Él puede hacerlo.
Padre mío, te ruego me ayudes a creer en Tu ilimitado poder y a confiar de todo corazón que para ti nada es imposible, y que, aunque me encuentre en medio de circunstancias imposibles de resolver según el mundo, siempre puedo esperar un milagro de ti. En el nombre de Jesús, amén.
Padre mío, te ruego me ayudes a creer en Tu ilimitado poder y a confiar de todo corazón que para ti nada es imposible, y que, aunque me encuentre en medio de circunstancias imposibles de resolver según el mundo, siempre puedo esperar un milagro de ti. En el nombre de Jesús, amén.
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