jueves, 27 de noviembre de 2014

Sin levantar polvo - Reflexiones

Un día, un comerciante de caballos llevó dos magníficos corceles a un príncipe y se los ofreció en venta. Ambos animales eran semejantes: jóvenes, robustos y de buena constitución. Pero el comerciante pedía por uno de ellos el doble de lo que pedía por el otro. El príncipe, sabiendo la razón, llamó a sus cortesanos y les dijo:
- Le regalaré estos magníficos potros al que pueda explicarme por qué uno de ellos vale el doble que el otro.
Los cortesanos se acercaron a los dos animales y los observaron cuidadosamente, pero no pudieron descubrir ninguna diferencia que justificase una diferencia de precio tan grande.
-Ya que no comprenden la diferencia entre los dos caballos, será mejor probarlos, así podrán ver con mayor claridad por qué tienen un valor tan distinto.
Hizo que dos jinetes los montaran y que dieran algunas vueltas alrededor del patio del palacio. Ni siquiera después de esta prueba, los cortesanos lograban entender la diferencia de precio entre los dos caballos.
Entonces el príncipe explicó:
-Habrán notado que, al correr, uno de ellos casi no dejaba rastro de polvo, mientras que el otro levantaba una gran polvareda. Por esto el primero vale el doble que el otro, porque cumple con su deber sin levantar tanto polvo.”
La humildad y la sencillez no son virtudes muy valoradas en nuestra época. Eso sí, cumplir el deber con responsabilidad es muy cotizado hoy en día que solo importan los resultados; también el estar preparado con estudios, experiencia práctica y el saber trabajar en equipo tienden a estimarse como cualidades sin precio; sin embargo, la modestia y humildad de quien no presume de sí mismo, ni de sus cualidades, ni de sus logros, no sintiéndose superior a los demás e inmerecedor de los más altos reconocimientos y remuneraciones, no está bien visto. Hoy, al igual que hace dos mil años: “en nuestra sociedad hace carrera el que más polvo levanta…” (Mateo 26,26).
“Levantar polvo”, presumir de logros o cualidades personales, “hacerse notar”, pueden ser manifestaciones de haber recibido poco afecto o falta de reconocimiento por parte de la familia, de los amigos o de los jefes en el trabajo, y compensar el reconocimiento que no hacen sobre uno.
Pueden ser también una señal de soberbia, de ser reconocido y alabado por los demás a los que se percibe como inferiores. En cualquier caso, hacerse notar, aunque uno sea realmente bueno, reniega de cierta cualidad humana y no busca la recta intención de cumplir el deber como un servicio a los demás, sino ante todo, como una fuente de halagos y deferencias, no centrando la acción en el "tú o ustedes", sino en el "yo".
Pero ¿por qué el cumplir con el deber sin levantar tanto polvo puede llegar a ser una cualidad tan valiosa? Quizá porque encarna a la humildad, y sólo la gente humilde es capaz de reconocer sus errores, que es el punto de partida de la superación personal. Solo el humilde acepta la crítica constructiva de los padres, de los profesores o de los jefes y compañeros de trabajo; sólo los humildes reconocen cuándo se equivocan y piden disculpas si ofendieron o afectaron a alguien con su mal proceder, con sus comentarios u omisiones.
La humildad es una virtud excepcional porque gracias a ella, no sentimos que lo sabemos todo, y por lo tanto, reconocemos que podemos aprender de los demás, hasta de la gente sencilla. Solo los humildes saben encontrar la riqueza en los demás.
La humildad de quien no levanta polvo también se aprecia porque una persona presumida, jactanciosa y soberbia cae mal en todas partes y crea a su alrededor una atmósfera densa, ya que solo se preocupa por sí mismo y se olvida de los demás. En cambio, el humilde y sencillo es fácil de trato porque es transparente, porque comparte logros y fracasos, porque se preocupa por los demás tanto como por sí mismo y, además, porque sabe escuchar y aprender de las experiencias de otros.
El humilde cumple su deber sin presunción, está abierto al diálogo y al conocimiento ajeno, aprende también de las que no son sus propias experiencias, reconoce sus errores y es agradable, por eso vale “oro” comparado con el que simplemente es muy capaz.
Filipenses 2:3 Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo.

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