Al evocar esta anécdota, el escritor se burlaba de su ingenuidad infantil. El pecado, la conciencia y la existencia de Dios eran nociones que negaba totalmente, pues las consideraba impensables en su filosofía existencialista. Sin embargo, no olvidaba esta anécdota.
Pero nos guste o no, Dios nos mira atentamente a cada uno, incluso cuando creemos que estamos solos. Es imposible que un hombre sincero consigo mismo, no sea consciente de su alejamiento de Dios. El sentimiento de la santidad de Dios y de la imposibilidad de escapar de su ojo escrutador, serán para él, muchísimo más importantes que los principios de la moral más estricta, o incluso, la censura más severa.
Se dará cuenta de la necesidad que tiene de estar en paz con Dios, de ser liberado de sus pecados, de experimentar la justicia perfecta y segura de Cristo, y el amor de Dios que fue derramado en nuestro corazón.
Entonces ya no temerá la mirada de Dios, sino todo lo contrario, podrá decirle lleno de paz, al igual que David: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23-24).
Desde los cielos miró el Señor; vio a todos los hijos de los hombres; desde el lugar de su morada miró sobre todos los moradores de la tierra. Él formó el corazón de todos ellos; atento está a todas sus obras. Salmo 33:13-15
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