Nótese que “Fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22) está en singular, es decir, todo madura conjuntamente y en una muy bien estructurada unión. En la vida del cristiano, “nacido de nuevo” no tiene “especialización”, o sea, nadie puede decir: “yo practico la benignidad, pero no me importa nada la paciencia”. ¿Qué pensaría usted de una naranja sin pulpa?
Dios mismo es el buen Labrador de la Viña. Él “equilibra” el crecimiento, “cortando”, escogiendo según sus criterios soberanos (Juan 15:1-17).
Con frecuencia, nuestra inmadurez percibe sus “cortes” como algo que Él nos quita. ¿Pero es que Dios actúa con privaciones para nosotros? ¿Quita lo que no le pertenece? ¡No! Él no tiene el propósito de quitar, sino de dar.
En la práctica, cuando el Señor “corta”, yo, como soy su hijo, debo aprender a darle gracias porque el Fruto del Espíritu va a madurar más en todos sus aspectos.
Sus nueve particularidades son:
Amor: A veces Dios previene nuestro egoísmo o idolatría, y otras veces nos frena para que nos demos cuenta de nuestra necesidad de Él. En todo caso, el amor hacia Él y el prójimo puede fortalecerse porque Él nos amó primero (1Juan 4:19).
Gozo: Particularmente, nos gozamos por la presencia de nuestro amado Señor Jesucristo, cuando lo adoramos. También es un gran placer conocerlo mejor por medio de la lectura de la Biblia. Mas para que nos podamos alegrar “con gozo inefable y glorioso” es necesario que seamos “afligidos en diversas pruebas” (1 Pedro 1:6). “Es verdad que ninguna disciplina al tiempo presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11).
Paz: Sin merecerla, por pura gracia, tenemos la paz para con Dios (Romanos 5:1), porque Cristo es nuestra paz (Efesios 2:14). Pero ya muchas personas la apagaron, por ejemplo defendiendo “su” razón contra el hermano. “Pero la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica… Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3:17-18).
Paciencia: En los que no rechazan las “píldoras amargas”, o sea, el sufrimiento en la vida, sino que lo aceptan como venido de la mano del Señor, la paciencia crece: “Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia…” (Romanos 5:3).
Benignidad y bondad: Son la medicina para el propio corazón y para la sociedad contra el enojo, la malicia, la amargura, la gritería: “Sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32). “Vuestra gentileza sea conocida por todos los hombres.” (Filipenses 4:5).
Fe: Meditemos en el sentido de las tres siguientes frases que se encuentran en el clásico capítulo de la fe: “Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte… En la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido… Sin fe es imposible agradar a Dios…” (Hebreos 11: 5, 6, 13). Entonces, “tener fe” no es llevar a cabo el propio deseo con la ayuda de Dios, sino seguirle a Él dondequiera que vaya.
Mansedumbre: Muchos cristianos bloquean su progreso espiritual tildando a otros creyentes de “hipócritas” o “falsos”, y no se dan cuenta que están estimulando su propio egocentrismo y pierden la capacidad de “restaurar al hermano con espíritu de mansedumbre” (Gálatas 6:1). ¡Cuán pronto se olvida la Gracia recibida!
Templanza: La moderación es muy importante, especialmente en el cristiano joven. La Biblia no exige que alabemos al Señor ruidosamente, noches enteras o que sigamos leyendo la Biblia horas y horas, pero sí que honremos a nuestros padres, que sirvamos a los creyentes y mantengamos buena nuestra conciencia. Para estos aspectos, las dos cartas a Timoteo dan buenas instrucciones.
Nadie puede impedirnos el crecimiento. ¡Concentremos pues, todo nuestro vigor en estos nueve frutos! En la segunda epístola de Pedro leemos: “Si tenéis estas cosas y abundan en vosotros, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo… y os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 1:8-11).
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