viernes, 26 de septiembre de 2014

TÚ me hablas...

Puedes escuchar a Dios todos los días. Es más, deberías escucharle todos los días.
Dios espera que Sus hijos, los que lo conocen directamen
te, conocen Su voluntad y Su Palabra, se comuniquen con Él personalmente, que hagan contacto directo con Él, y no a través de la fe o las oraciones de otras personas.
Si te detienes unos momentos, dejas de pensar en otras cosas, y le prestas a Él tu atención, escucharás al Señor.
En el fresco del día paseo contigo bajo la agradecida sombra de mi jardín.
Escucho Tu voz entre los árboles y no tengo miedo.
Tu mano, que pone a dormir las flores una por una en sus pliegues de rocío… es fuerte para guardarme y competente; no me soltará.
Me hablas a través del viento, me sonríes desde todas las estrellas.
Para mí, no eres sordo ni ciego, ni estás ausente ni lejos.
La oración no es un monólogo sino un diálogo, cuya parte más esencial es la respuesta de Dios. Escuchar la voz de Dios es lo que me da la seguridad de que Él escuchará la mía.
Todo lo que hay en la Tierra está sujeto a Ti.
No puedo apartarme de Tu amor.
Tu amor me sigue por doquier.

Deseo ser una presencia amorosa y constante en tu vida.
Quiero comunicarme personal y directamente contigo.
No deseo una relación distante, fría o mental, sino profunda y sincera. De corazón a corazón.

Quiero que comulguemos íntimamente, que conversemos, que tomemos decisiones juntos y que a veces nos comuniquemos sin decir palabra.
Deseo que cultivemos un vínculo de amor más fuerte del que has entablado con persona
alguna, algo que ahora ni siquiera eres capaz de imaginar.

En toda relación de amistad hace falta tiempo y práctica para ganar confianza con la otra
persona, y actuar con naturalidad y espontaneidad. Lo mismo sucede cuando quieres
aprender a conversar libremente conmigo. 
Si haces el esfuerzo, te hablaré. Quizá las primeras veces pensarás que esa vocecita que
oyes en lo profundo de tu ser, proviene de tu mente, pero con el tiempo sabrás que es Mía. Puede que te dé ideas o respuestas a tus interrogantes; o tal vez te infunda una sensación
de paz y bienestar; o quizá simplemente te diga lo mucho que te aprecio y cuánto disfruto
de tu compañía.
Estoy lleno de sorpresas; nunca sabrás con qué te vas a encontrar.
Pero te prometo una cosa:
¡Jamás te defraudaré!

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