martes, 16 de septiembre de 2014

Me quedo con el carpintero

Desde pequeño se destacó por su sed de aprender y su vocación para enseñar. Y a medida que iba creciendo se llenaba de sabiduría, tanto que apenas entró a la pubertad, gustaba de escaparse del hogar para ir a cotejar sus criterios con los más letrados del sector.
Este hombre, hijo de un sencillo artesano y una humilde mujer, compartió desde muy chico, el oficio de labrar la madera para convertirla en objetos útiles. No obstante, muy pronto tuvo que dejar las herramientas y el anonimato, para salir a la luz del ministerio público a trabajar en la obra de su padre celestial.
carpintero

En varias ocasiones, este  joven  maestro subió a los más célebres púlpitos, tomó la palabra, y maravilló a cuantos le escuchaban, incluidos sus enemigos, pues reconocían, aunque fuera para sus adentros, que la expresión del joven tenía contundencia y autoridad. Por eso no fue difícil que sus alumnos se multiplicasen, aunque no todos los que lo siguieron comprendieron fielmente su mensaje, ni se quedaron junto a él.

Sin sueldo base, honorarios extras, ni horario límite, el maestro de este relato hizo de las colinas, las embarcaciones y los desiertos sus mejores aulas, para desde allí anunciar valores imperecederos como el amor, la paz, la justicia, la libertad, y la solidaridad,  los mismos que aún seguimos buscando en estos días.

Auténtico como fue, tenía como ejemplo su propio estilo austero de vida, pues pese a su sabiduría no se dejó atrapar por la vanidad; no persiguió poder ni tesoros materiales; no participó en ninguna campaña política; no buscó el favor de los gobernantes, de los acaudalados ni de los eruditos. Por el contrario, a riesgo de su propia vida, a muchos de ellos combatió con ideas propias, comparándolos con lobos con piel de oveja, con sepulcros blanqueados, puesto que no mostraban unidad entre lo que predicaban y lo que hacían.
El método didáctico de este maestro fue reflexivo y conciso, saturado de metáforas y parábolas inspiradas en casos normales de la vida diaria, como aquellas del hijo derrochador, del tesoro escondido, del buen samaritano, de la oveja perdida… con las cuales explicaba en forma concisa y fácil de recordar, las verdades que enunciaba.

Está por demás decirlo, pero este manso carpintero, quien se proclamó "pan de vida, camino y verdad", se llamó Jesús, de cuyas enseñanzas todos deberíamos seguir nutriéndonos. Para ello están al alcance de todos, en forma física y virtual, las páginas de la magistral obra de consulta y aplicación dictada por su Padre: las Sagradas Escrituras.

Yo no reconozco a otro maestro parecido o superior a este Jesús, que además de todo ello, murió para redimirme de mis maldades, que resucitó, y que está haciendo en mi vida lo que jamás podrían hacer juntos Alá, Buda, Mahoma, Confucio, Baha’u’llah, Sai Baba, ni ningún otro nombre, bajo o sobre la tierra, por muy iluminado que haya sido, por muy “reencarnado” que se declare, o aunque muchos, inútilmente, intenten convencerme que da lo mismo adorar a Jesús que a cualquiera de los citados, porque son un mismo Dios con diferentes nombres.
"NUNCA"… "NADA DE ESO". Yo me quedo con mi carpintero.

“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador
entre Dios y los hombres:
 Jesucristo hombre”
(1 Timoteo 2:5).

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